lunes, 13 de octubre de 2008

SUBCOMANDANTE MARCOS

La población india, siempre irredenta, exige una existencia reconocida. Valorada y sostenida en sí y por sí misma. No se trata de otorgarle derechos, sino de reconocerles los que dimanan de su esencia. Y en esa tarea está empeñado un hombre joven, culto, frente a frente a las reglas establecidas por un capitalismo cultural beligerante, excluyente, que exige la apostasía del propio ser para superar la prueba de la integración. Para poder convivir con esos parámetros culturales, primero hay que renunciar a los propios. La civilización exige uniformidad de criterios mentales, éticos y de conducta. Y todo comportamiento no inscrito es esa “normalidad” se tira por la borda de la historia. No debe existir lo que desborda concretos esquemas mentales. Y para cumplir con esta norma estamos dispuestos a holocaustos sucesivos.

A la fuerza de la historia le pasa como a los ríos: cuando se les ciega su cauce habitual, terminan abriéndose camino para encontrarse de frente con la luz. Los gloriosos conquistadores de América aplastaron antiguas civilizaciones, impusieron la cruz y la lengua. Pero por debajo de la cruz quedaba la pacha mama y bajo la lengua trepaba la palabra. Y ahí están, dando calor a la mañana con sus ponchos de colores, abrigándose el alma y la pobreza, resucitando cada luna para beberse a chorros la existencia.

Subcomandante Marcos. Austeridad de pipa humeante y negro pasamontañas. Hombre revolución. Porque las revoluciones sólo las hacen los pobres. De las guerras se encargan los ricos. Las revoluciones elevan al hombre a categoría de hombre. Las guerras destruyen, socavan la vida y siembran cadáveres. Y esos cadáveres chorrean dinero, negocios, reconstrucciones pactadas. Y la bolsa rinde intereses al capital. Porque los muertos se ponen en venta y son rentables en el mercado del asco. Las revoluciones transforman, siembran de claveles los fusiles, inyectan rosas en los cañones y hacen de la alegría una resurrección humanizante.

Otro mundo es posible si el hombre está junto al hombre. No por encima. Si el pan es fraternidad. Si la palabra es entrega. Si el reparto es justicia. Si la justicia es reparto. Si la vida es la plaza grande y ancha donde lo humano es compañero del mar y de las flores, donde todos los niños inventan la alegría.

Subcomandante Marcos. Despreciando rentas per cápita, especulaciones petrolíferas, vaivenes de mercado. Preocupado de estrellas sin escuelas, de lunas encinta, de brisas parturientas. Hablándole a los indios de los hombros del viento, del perfil de los montes, del interior de las olas. Subcomandante poeta. Creador de espacios abiertos, para que el hombre coseche libertad por los trigales. Y el indio que entiende, que asume, que alimenta su carne morena de poesía. El indio que camina del brazo del orgullo de ser lo que es, de creer en sí mismo, de ser propia esperanza, amor de tierra y sudor. Indio que bebe a chorros el poema de un mundo que canta primaveras.

Otro mundo es posible si caen los grises emperadores de corbatas azules. Si los fusiles se convierten en tallos de luz. Si los estados del norte, si los occidentes, si las europas unidas por bastardos intereses. Si las iglesias son compañeras, prójimas de la indigencia. Si los cristos construyen sudores y caminos. Si renunciamos a lo que nunca debimos tener y volvemos al vientre nutriente de la espiga.

Subcomandante Marcos, poeta.




1 comentario:

daniel dijo...

Me gusta! Y el poema que te presenta, también, mucho...