viernes, 3 de octubre de 2008

LA LOCURA DE AZNAR

Aznar, ese caudillo sin Valle de los Caídos, sin Plaza de Oriente, sin estatuas ecuestres por los pueblos, se erige en obelisco FAES y desde allí mira por encima del hombro a la humanidad y sobre todo a España para perdonarle la vida o para apretar el nudo que mantiene entre los dientes y envolvernos en lengua de ahorcado.

España se rompe. El terrorismo manda y dirige las decisiones políticas del Gobierno. Se publican libros peligrosos con orientaciones marxistas. Se ensalzan dictaduras comunistas (la franquista es patrimonio de Mayor Oreja) Se proclama un laicismo que acaba con los valores de occidente. Se le enseña a los jóvenes a justificar los atentados del 11-S (nada se dice de los del 11-M). Se vilipendia a EE.UU. Se sitúa a la pobreza como fuente de todos los conflictos. Se les obliga a rechazar la moral de la Iglesia y, sobre todo, se les enseña a considerar LA PAZ COMO UN BIEN SUPREMO.

Por su parte la FAES está orientando la acción opositora del Partido Popular. Rajoy, Acebes, Zaplana y los demás jerarcas están simple y servilmente siendo portavoces de quien dirige en realidad a la derecha española. Y entonces uno se pregunta si la visión aznariana corresponde a una concepción auténticamente política o si es una deformación producida por un histerismo en grado sumo. Si corresponde al primer supuesto, todo el que tenga una percepción del tiempo presente, llegará a la conclusión de que la postura de Aznar y seguidores se sitúa muy lejos del quehacer humano actual. Más lógico es concluir que se debe a una locura histérica que necesita permanecer frente al espejo, haciendo de un hedonismo enfermo la razón de ser de una existencia. Es como el niño que rompe cristales a sabiendas de que hace mal, pero aprovechando la trastada para llamar la atención de los padres.

Aznar no se resigna a haber sido. Necesita seguir existiendo en las pantallas de televisión, en los comentarios de las tertulias y patológicamente exige prolongarse en un partido político como creador continuo de una sinrazón absurda.

Aznar fue Presidente de España, amigo de Bush, compañero de Blair, Concejal consorte de Ana Botella, cómplice de los muertos iraquíes y socio de muchas de las penas que arrastra nuestro país. Es hora de que le permitamos revolcarse en su propio locura. Sólo deberíamos pedirle que no nos salpique a los que creemos que el mañana es una posibilidad de futuro. Porque la Paz, señor Aznar, es para todos, menos para usted, UN BIEN SUPREMO.

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