No le gustó el vídeo. Llevaba la impronta de Miguel Angel Rodríguez y la firma intelectual de José María Aznar. La F.A.E.S. había puesto a la venta para el mercado interno una visión sanguinolenta, distorsionada e injustificable de los acontecimientos que más dolor han producido últimamente en el pueblo español. Y se hacía caer sobre los vencedores de las elecciones del catorce de Marzo las ruinas de Vallecas, el Pozo y Atocha. Demasiado horror para meterlo en las urnas y teñir de luto la victoria socialista.
A Mariano Rajoy no le gustó el vídeo. Y lo dijo: “hay que hacer oposición con la cabeza y no con las vísceras”. Los comentaristas políticos tienen de él una visión de hombre moderado. “Oposición de seda,” le llama Raúl del Pozo. De blando le tachan muchos dentro del P.P. Y ante un posible vacío de poder, han empezado a surgir gallardones y aguirres por todas partes. Un gran número de afiliados se siente carente de liderazgo. Se aúpa en público a los “acebes, zaplanas, aznares y aragoneses” Otros muchos añoran la presencia de alguien unificador, que le aporte a la derecha un sensibilidad europea y la libere de su aspecto montaraz. Esa división está ahí y tendrán que buscarle una solución.
Y llegó el debate sobre el estado de la Nación. Y Mariano Rajoy, como jefe de la oposición (lo de líder está por verse), optó por el catastrofismo: Se nos rompe España porque en ella mandan los terroristas y los separatistas. Y el gobierno ampara, promueve y alienta esa situación. Y todo lo demás queda reducido a eso. Se traiciona la historia, se traiciona a los muertos y se traiciona el futuro porque sencillamente no hay futuro.
Rajoy quiso agradar a una parte de los suyos. Quiso demostrar que podía ser duro. Que la herencia de Aznar seguía encendida. Que genéticamente perduraba y era capaz de resurgir en su propia figura bonachona. Y creo que se equivocó. Aznar, por suerte, no hay muchos y las imitaciones, por suerte, resultan más desastrosas que el original.
El debate sobre el estado de la Nación debería ser un festival de la palabra. Por eso se celebra en el Parlamento. La palabra como vehículo, entrega y acogida. Cuando la política apuñala la palabra, a todos nos chorrea la mentira, el asco, el sinsentido. Y los políticos, de una u otra forma, atentan contra la palabra: se miente por exceso o por defecto (tendremos que hablar necesariamente de Zapatero). Pero todos llevamos un poco de luto en la solapa porque han desnudado, han violado y abandonado en la cuneta lo único que le queda a los hombres honrados: LA PALABRA.
A Mariano Rajoy no le gustó el vídeo. Y lo dijo: “hay que hacer oposición con la cabeza y no con las vísceras”. Los comentaristas políticos tienen de él una visión de hombre moderado. “Oposición de seda,” le llama Raúl del Pozo. De blando le tachan muchos dentro del P.P. Y ante un posible vacío de poder, han empezado a surgir gallardones y aguirres por todas partes. Un gran número de afiliados se siente carente de liderazgo. Se aúpa en público a los “acebes, zaplanas, aznares y aragoneses” Otros muchos añoran la presencia de alguien unificador, que le aporte a la derecha un sensibilidad europea y la libere de su aspecto montaraz. Esa división está ahí y tendrán que buscarle una solución.
Y llegó el debate sobre el estado de la Nación. Y Mariano Rajoy, como jefe de la oposición (lo de líder está por verse), optó por el catastrofismo: Se nos rompe España porque en ella mandan los terroristas y los separatistas. Y el gobierno ampara, promueve y alienta esa situación. Y todo lo demás queda reducido a eso. Se traiciona la historia, se traiciona a los muertos y se traiciona el futuro porque sencillamente no hay futuro.
Rajoy quiso agradar a una parte de los suyos. Quiso demostrar que podía ser duro. Que la herencia de Aznar seguía encendida. Que genéticamente perduraba y era capaz de resurgir en su propia figura bonachona. Y creo que se equivocó. Aznar, por suerte, no hay muchos y las imitaciones, por suerte, resultan más desastrosas que el original.
El debate sobre el estado de la Nación debería ser un festival de la palabra. Por eso se celebra en el Parlamento. La palabra como vehículo, entrega y acogida. Cuando la política apuñala la palabra, a todos nos chorrea la mentira, el asco, el sinsentido. Y los políticos, de una u otra forma, atentan contra la palabra: se miente por exceso o por defecto (tendremos que hablar necesariamente de Zapatero). Pero todos llevamos un poco de luto en la solapa porque han desnudado, han violado y abandonado en la cuneta lo único que le queda a los hombres honrados: LA PALABRA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario