La sociedad vasca en su conjunto, y muy especialmente los partidos políticos, han pedido perdón a las víctimas de ETA por no haber estado a la altura de su dolor, de su desamparo, de su abandono. Sin duda llega tarde. Pero la vida humana se mueve en el tiempo y siempre se presenta la oportunidad de corregir conductas y rectificar caminos. En un discurso valiente, sincero y honesto el Lehendakari ha sabido ejercer un sentimiento que le honra: pedir perdón. Es raro que los políticos lo hagan. De ahí la admiración que me causa su postura.
Las víctimas han ido ganando camino en su recorrido. Se les enterraba en un principio en una casi semiclandestinidad y con el sentimiento de que ETA las elegía en base a un pasado franquista, delator o con actitudes poco claras. Y casi despertaba más simpatías la propia ETA que los muertos que ocasionaba. Pero algunos asesinatos lograron darnos a entender que la banda elegía sus blancos como medio de publicidad y con la intención de dañar a toda una sociedad sin restringirse al medio familiar. Miguel Angel Blanco, Ernest Lluch, Tomás y Valiente fueron aldabonazos fortísimos en la conciencia española. Y empezamos a querer a nuestros muertos, a todos los muertos y a sentarnos en una acera para llorar muertes y más muertes, para empapar cariñosamente la sangre de hermanos empitonados un día cualquiera, en una calle cualquiera.
No obstante esta irrefutable toma de conciencia por parte de la sociedad en general, el PP y su jefe de filas (me niego a llamarle líder de la oposición) vienen hablando reiteradamente de traición a los muertos, de desprecio a las víctimas, de protección superior a los verdugos que a los ejecutados. Y Alcaraz, ese mercachifle de la angustia, acusa al Presidente del Gobierno de entenderse con ETA dejando de lado a sus víctimas y denuncia pactos secretos y sostiene que ha llegado a la Moncloa como consecuencia de oscuros entendimientos y rendiciones. Y Buesa roba símbolos de Ermua y Acebes lleva flores a la Plaza de la República del dolor y del brazo de Iniestrillas caminan denunciantes los sábados por la tarde.
Y ahora que el pueblo vasco, con su legítimo gobierno al frente, pide perdón por tanto dolor olvidado, se niegan a estar presentes el PCTV, la izquierda abertzale y el Partido Popular. ¿Lo entiende alguien? Son coincidencias más que sospechosas. Demasiados puntos de encuentro como para que uno no sospeche de la necesidad que tienen los populares de la existencia de ETA y adláteres. Cada uno se coaliga con quien le conviene. Y para algunos es rentable el dolor.
Desde las elecciones perdidas por el PP en 2.004, ha levantado la farsa de la oposición sobre la sangre de las víctimas, tratando de deslegitimar a un gobierno salido de las urnas y de los votos de una ciudadanía que desnudó desde el principio las mentiras sobre el 11-M. El PP no ha tenido otro tema de discusión política que no haga referencia farisaica a las víctimas de ETA y de Atocha. Cuando este discurso se le acaba ya no sabe qué decir y se refugia en una ignominiosa y vergonzante ausencia.
Entre tanto dolor oscuro, enmarañado, entretejido, la luz abre un camino y la sociedad se reconcilia consigo misma.
Las víctimas han ido ganando camino en su recorrido. Se les enterraba en un principio en una casi semiclandestinidad y con el sentimiento de que ETA las elegía en base a un pasado franquista, delator o con actitudes poco claras. Y casi despertaba más simpatías la propia ETA que los muertos que ocasionaba. Pero algunos asesinatos lograron darnos a entender que la banda elegía sus blancos como medio de publicidad y con la intención de dañar a toda una sociedad sin restringirse al medio familiar. Miguel Angel Blanco, Ernest Lluch, Tomás y Valiente fueron aldabonazos fortísimos en la conciencia española. Y empezamos a querer a nuestros muertos, a todos los muertos y a sentarnos en una acera para llorar muertes y más muertes, para empapar cariñosamente la sangre de hermanos empitonados un día cualquiera, en una calle cualquiera.
No obstante esta irrefutable toma de conciencia por parte de la sociedad en general, el PP y su jefe de filas (me niego a llamarle líder de la oposición) vienen hablando reiteradamente de traición a los muertos, de desprecio a las víctimas, de protección superior a los verdugos que a los ejecutados. Y Alcaraz, ese mercachifle de la angustia, acusa al Presidente del Gobierno de entenderse con ETA dejando de lado a sus víctimas y denuncia pactos secretos y sostiene que ha llegado a la Moncloa como consecuencia de oscuros entendimientos y rendiciones. Y Buesa roba símbolos de Ermua y Acebes lleva flores a la Plaza de la República del dolor y del brazo de Iniestrillas caminan denunciantes los sábados por la tarde.
Y ahora que el pueblo vasco, con su legítimo gobierno al frente, pide perdón por tanto dolor olvidado, se niegan a estar presentes el PCTV, la izquierda abertzale y el Partido Popular. ¿Lo entiende alguien? Son coincidencias más que sospechosas. Demasiados puntos de encuentro como para que uno no sospeche de la necesidad que tienen los populares de la existencia de ETA y adláteres. Cada uno se coaliga con quien le conviene. Y para algunos es rentable el dolor.
Desde las elecciones perdidas por el PP en 2.004, ha levantado la farsa de la oposición sobre la sangre de las víctimas, tratando de deslegitimar a un gobierno salido de las urnas y de los votos de una ciudadanía que desnudó desde el principio las mentiras sobre el 11-M. El PP no ha tenido otro tema de discusión política que no haga referencia farisaica a las víctimas de ETA y de Atocha. Cuando este discurso se le acaba ya no sabe qué decir y se refugia en una ignominiosa y vergonzante ausencia.
Entre tanto dolor oscuro, enmarañado, entretejido, la luz abre un camino y la sociedad se reconcilia consigo misma.
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