Hacía frío en Madrid. Enero, 4. Evo Morales, Presidente electo de Bolivia, descendía del lujoso blindado en la explanada del Palacio de la Moncloa. Le esperaba Rodríguez Zapatero: sonrisa, traje gris, corbata a juego, mano extendida, abierta, como un mapa de la España moderna. Evo Morales enfrente: pantalón oscuro, camisa blanca desabrochada, jersey a rayas horizontales, sin corbata, una mano curtida y un rostro indio tímido, casi pidiendo perdón por su recién estrenada grandeza.
Se entrevistó con los empresarios, con el Rey Juan Carlos, con los representantes sindicales, los líderes de todos los Partidos políticos, menos con el máximo representante de la derecha. A lo mejor porque la derecha española carece de un líder con autonomía, sin dependencias aznarianas, o porque la derecha no trata con indios sin corbata.
Los jefes de protocolo no encajan en sus esquemas a un Jefe de Estado con la indumentaria de Evo Morales. La prensa, las radios, las televisiones pusieron de relieve lo que no debería ser más que una simple anécdota. Ellos sólo entienden de trajes oscuros, zapatos italianos y corbatas de seda. Así visten, por ejemplo, Buhs, Aznar o Blair. No importa que sean los invasores de Irak, los que mintieron conscientemente al mundo para declarar una guerra que se ha echado a las espaldas miles de muertos, los que decretan las naciones que forman el eje del mal, los que se apropian de un dios guerrero que justifica la falta de libertad en aras de una pretendida seguridad. Pero siempre llevan en sus apariciones públicas, y eso es tremendamente importante, corbata.
Usted, señor Presidente de Bolivia, se ha presentado con las manos llenas de pobres, de hambres seculares. Con los hombros cargados de opresión imperialista, con las espaldas encorvadas de explotación. Y con un grito de rebeldía insolente que no le pueden perdonar los elegantes de la política: “Necesitamos socios, no patronos” “No vamos a confiscar, ni a expropiar, pero vamos a nacionalizar porque lo nuestro es nuestro” Se ha vuelto Usted peligroso para los intereses empresariales que ejercen despóticamente las empresas gasísticas en su país. Por eso José María Aznar, con la agudeza de analista que le caracteriza, ha afirmado que iberoamérica es una “región atenazada por la explosiva combinación de populismo e indigenismo” Este emperador de la falacia, temeroso de que lo exilien de las Azores, previene del peligro de que los Indígenas exijan incomprensiblemente sus derechos, y desposado del brazo de Buhs se erige en defensor de los valores de occidente.
Hoy, señor Presidente de Bolivia, no existe la izquierda. Se prefiere ser socialdemócrata. Y la derecha se avergüenza de su historia y se denomina centro derecha. Las palabras se han vaciado de contenido. Ser “radical” está mal visto y no es políticamente correcto. Pero se impone la radicalidad transformadora que ahonda en las entrañas de los problemas como método único de diagnóstico. Ser radical significa ir a la raíz. Y ser de izquierdas entraña una fe en la utopía, en esa verdad, que no por prematura, es menos verdad (Alfonso Guerra)
A usted, señor Presidente, le sienta bien la izquierda, el radicalismo, la lucha y el indigenismo. Lleve en la solapa la esperanza de su pueblo, en las manos el mañana de América y en los ojos la rebelión de los pobres. Y olvide para siempre la corbata.
Se entrevistó con los empresarios, con el Rey Juan Carlos, con los representantes sindicales, los líderes de todos los Partidos políticos, menos con el máximo representante de la derecha. A lo mejor porque la derecha española carece de un líder con autonomía, sin dependencias aznarianas, o porque la derecha no trata con indios sin corbata.
Los jefes de protocolo no encajan en sus esquemas a un Jefe de Estado con la indumentaria de Evo Morales. La prensa, las radios, las televisiones pusieron de relieve lo que no debería ser más que una simple anécdota. Ellos sólo entienden de trajes oscuros, zapatos italianos y corbatas de seda. Así visten, por ejemplo, Buhs, Aznar o Blair. No importa que sean los invasores de Irak, los que mintieron conscientemente al mundo para declarar una guerra que se ha echado a las espaldas miles de muertos, los que decretan las naciones que forman el eje del mal, los que se apropian de un dios guerrero que justifica la falta de libertad en aras de una pretendida seguridad. Pero siempre llevan en sus apariciones públicas, y eso es tremendamente importante, corbata.
Usted, señor Presidente de Bolivia, se ha presentado con las manos llenas de pobres, de hambres seculares. Con los hombros cargados de opresión imperialista, con las espaldas encorvadas de explotación. Y con un grito de rebeldía insolente que no le pueden perdonar los elegantes de la política: “Necesitamos socios, no patronos” “No vamos a confiscar, ni a expropiar, pero vamos a nacionalizar porque lo nuestro es nuestro” Se ha vuelto Usted peligroso para los intereses empresariales que ejercen despóticamente las empresas gasísticas en su país. Por eso José María Aznar, con la agudeza de analista que le caracteriza, ha afirmado que iberoamérica es una “región atenazada por la explosiva combinación de populismo e indigenismo” Este emperador de la falacia, temeroso de que lo exilien de las Azores, previene del peligro de que los Indígenas exijan incomprensiblemente sus derechos, y desposado del brazo de Buhs se erige en defensor de los valores de occidente.
Hoy, señor Presidente de Bolivia, no existe la izquierda. Se prefiere ser socialdemócrata. Y la derecha se avergüenza de su historia y se denomina centro derecha. Las palabras se han vaciado de contenido. Ser “radical” está mal visto y no es políticamente correcto. Pero se impone la radicalidad transformadora que ahonda en las entrañas de los problemas como método único de diagnóstico. Ser radical significa ir a la raíz. Y ser de izquierdas entraña una fe en la utopía, en esa verdad, que no por prematura, es menos verdad (Alfonso Guerra)
A usted, señor Presidente, le sienta bien la izquierda, el radicalismo, la lucha y el indigenismo. Lleve en la solapa la esperanza de su pueblo, en las manos el mañana de América y en los ojos la rebelión de los pobres. Y olvide para siempre la corbata.
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