"VENID A VER LA SANGRE POR LAS CALLES"
(Pablo Neruda)
Pablo Neruda convocaba al mundo a tomar conciencia de la sangre derramada en las calles de España a lo largo de la última guerra civil. Sobre aquella sangre chapotearon los vencedores durante cuarenta años y en sangre enterraron la palabra, la libertad, el pensamiento y todo lo que significara ser hombre en cuanto ser hombre entraña de autorealización, iniciativa, empresa humanizante y apertura a los horizontes de la historia como creación mundanal.
Tardó mucho en llegar, pero llegó, el agua purificadora. Y resurgimos con la ilusión de estrenar los caminos, pero conscientes de que llevábamos sangre en los talones.
Tuvimos hijos que nacieron con una Constitución bajo el brazo, con la libertad en la solapa, erguidos como cipreses, altivos como ríos verticales. Y por ahí vamos juntos padres e hijos, arquitectos de utopías, artesanos de historia nueva, fabricantes de palabra y libertad.
Pero la sangre está ahí. El hambre es sangre caliente. Las guerras son sangre caliente. Las enfermedades que no se quieren curar, las dictaduras, la opresión del capital sobre el trabajador, la inmigración como grito desesperado de muchos pueblos, los niños asesinos educados para matar, la mujer tronchada por el desamor de su compañero, la usura de los banqueros, el comercio de armas como medio de empobrecer a los pueblos, la opulencia del rico erigida sobre las espaldas del pobre. Todo es sangre humeante, que chorrea por las paredes del mundo. Está vigente la convocatoria de Pablo Neruda. Se ha hecho incluso más ancha porque se nos han ampliado los ojos y podemos ahondar la mirada hasta el vientre mismo del mundo. Se ha globalizado la pena, la tristeza, el olvido, el abandono. Se nos cuela el dolor más hondo en una patera magrebí o en una furgoneta rumana repleta de niños rubios.
Cuánta sangre pisoteada, molesta, que revuelve los estómagos hartos. Cuánta sangre almacenada en las conciencias de los gobernantes que apelan al patriotismo para implicarnos en su entrada triunfal en la historia. Cuánta anestesia usada para hacernos creer que es más importante el petróleo que los derechos humanos. Cuánto terrorismo "civilizado" para luchar contra el terrorismo en bruto ejercido por otros. Cuántas armas de destrucción masiva usadas como argumento para dar salida al stokaje de armas de destrucción masiva cuya fecha de caducidad hace temblar las bolsas y los mercados bursátiles. Cuánto cinismo en un mundo en el que hemos hecho de la sinceridad un estandarte. Terrorismo son los once de setiembre y los once de marzo. Y terrorismos son Guantánamo y las torturas de Irak. Por tanta muerte amontonada el mundo tiene una hediondez putrefacta y están descentrados los ejes del bien y del mal que tan falazmente nos propusieron como columnas de las Azores. Uno termina sintiendo asco de lo humano y suplicando una reconciliación con las estrellas.
Amarga la verdad amarga como amarga la finitud del amor. Pero el hombre siempre es capaz de ponerse de puntillas sobre sus propias ruinas para tocar una luna lejana, un mar prometido o la cintura de la esperanza. Las flores existen, y los niños, y la luna apoyada en la voz de los pájaros. El hombre es la esperanza de sí mismo y estará para siempre preocupado por las rosas.
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