lunes, 13 de octubre de 2008

QUINIENTOS MILLONES

La Iglesia católica de Los Angeles va a indemnizar con 500 millones de euros a las víctimas de abusos sexuales cometidos por religiosos de esa diócesis. La noticia produce un doble escándalo. El primero es el hecho en sí de las violaciones. Cabría analizar las causas y llegar a conclusiones tal vez esclarecedoras sobre el obligado celibato sacerdotal. Pero escandaliza más aún que una diócesis posea capacidad económica para hacer frente al pago de 500 millones de euros.

El Cardenal Roger Mahony ha pedido perdón a las víctimas de esos abusos sexuales. Es una actitud obligada cuando se han cometido semejantes atropellos. Pero me parece tremendo que no pida perdón por tener una disponibilidad económica de 500 millones de euros. Con ser muy grave la pederastia, siempre cabe la comprensión de la debilidad de cualquier ser humano. Y con esta comprensión no quiero ni mucho menos justificar los hechos. Mi condena más absoluta y mi repudio a tan execrables conductas.

Pero me escandaliza más, infinitamente más, la capacidad de poder disponer de una suma tan increíble de dinero para hacer frente a las indemnizaciones correspondientes. ¿La Iglesia de los pobres? ¿La Iglesia de Jesús, hijo de un obrero? ¿La Iglesia de los despojados, de los hambrientos, de los desposeídos de la tierra? ¿La Iglesia luchadora contra las injusticias del mundo?

En esta sociedad ferozmente capitalista el rico siempre lo es a costa del pobre. Es imposible compatibilizar la riqueza con la serenidad del espíritu. Una Iglesia con semejante capacidad económica es necesariamente una Iglesia que ha traicionado el mensaje de Jesús. Y de esta traición hay que tomar conciencia y pedir responsabilidades a una Jerarquía infinitamente preocupada por los llamados pecados de la carne y la vigencia del derecho Canónico antes que por la autenticidad del mensaje trasmitido. Una Iglesia distanciada de los pobres por la opulencia de sus cuentas bancarias no es una Iglesia con capacidad para proclamarse como verdadera, y menos exclusivamente verdadera, como pretende Benedicto XVI. Es más bien una Iglesia infame, opio alienante, blasfemia viva.

¿Y esta Iglesia es la que condena la teología de la liberación? Esos teólogos son en realidad los que caminan por las anchuras de las bienaventuranzas. Los únicos que todavía mantienen vivo el soplo del espíritu. Nos avergonzamos en su momento del muro de Berlín. Nos avergonzamos actualmente de los muros levantados por Estados Unidos o Israel. Me avergüenzo como español de las vallas de Ceuta y Melilla. Y los cristianos deben avergonzarse del muro blasfemo erigido entre los pobres y la Iglesia: el muro del dinero. Tras ese muro de la vergüenza, la Iglesia pretende mantener maniatado a Jesús en custodias de oro. Pero si algo significa el mensaje cristiano es la encarnación en el pobre, en el olvidado, en el desnudo. Podrá la Iglesia perdurar a lo largo de los siglos. Pero mientras no sufra una conversión radical y se vacíe de sus riquezas, no será nunca la Iglesia de Jesús.

Pobres víctimas de la diócesis de los Angeles: manchadas en su niñez por pederastas y manchadas ahora por un dinero sucio.


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