Con los terroristas no hay nada que hablar. Sólo se les derrotará aplicando el estado de derecho. Es la consigna que viene proclamando Mariano Rajoy al frente de una gran multitud de seguidores.
Las dictaduras pretenden ser estados de derecho. Pero no lo son. Cuentan para ello con fuerzas y cuerpos de seguridad asignándoles un papel represor, una justicia que sigue las instrucciones del dictador y un congreso volcado en adular la figura que les da de comer. Cuánta experiencia tenemos muchos de esta situación. En su entrada triunfal, el dictador pisotea la palabra, la decapita y le suprime su carta de ciudadanía. Dictadura o palabra: no hay otra disyuntiva. La palabra en cuanto contenido de conciencia no puede contemporizar con la bota totalitaria.
Precisamente la palabra, como expresión identitaria de la persona, es la primera reconquista del estado democrático y la que sostiene y vertebra el estado de derecho. Cuando de ese estado de derecho excluimos el diálogo, ¿somos conscientes de que lo vaciamos de contenido? Dicho de otra forma: ¿Nos damos cuenta, cuando renunciamos a la palabra, que dejamos sin sentido el propio estado de derecho, y que situamos nuestras vivencias fuera de su órbita?
La dictadura de Franco se topó con el fenómeno terrorista. Y creyó, desde la soberbia propia del General, poder aplastarlo aplicando medidas coercitivas absolutas, llegando a la ejecución de la pena de muerte. Y el terrorismo sobrevivió a la dictadura. Y ya metidos en democracia los terroristas han puesto a España contra el paredón y han asesinado a cientos de hermanos cuyo dolor nos empitona la vida y cuya sangre inocente nos chorrea por las femorales del alma. Sólo cuando nos hemos sentado a dialogar hemos taponado las pistolas con la fuerza de la palabra.
La democracia es un acto de fe profundo en la palabra, en su esencia, en su dinamismo histórico, en su potencial poético y creador. Todo surge de la palabra como de un vientre fecundo. En el principio existía la palabra y de ella dimana la creación. También la política, si esta no se convierte en tiranía dictatorial.
Zapatero y Rajoy son hombres paralelos. La geometría tiene aplicaciones políticas. El Presidente cree en la palabra y la oposición sólo pone su esperanza en medidas represivas. Hace falta mucho coraje para colocarse frente a las balas con sólo la palabra como arma cargada de futuro. Pero debemos tener muy claro que el terrorismo, en cuanto forma disfrazada de dictadura, hace de la palabra su primera víctima. Las demás serán consecuencia. Quienes niegan la capacidad pacificadora del diálogo se colocan en la misma trinchera. Apliquemos el estado de derecho, pero sin excluir su esencia primigenia: LA PALABRA
Las dictaduras pretenden ser estados de derecho. Pero no lo son. Cuentan para ello con fuerzas y cuerpos de seguridad asignándoles un papel represor, una justicia que sigue las instrucciones del dictador y un congreso volcado en adular la figura que les da de comer. Cuánta experiencia tenemos muchos de esta situación. En su entrada triunfal, el dictador pisotea la palabra, la decapita y le suprime su carta de ciudadanía. Dictadura o palabra: no hay otra disyuntiva. La palabra en cuanto contenido de conciencia no puede contemporizar con la bota totalitaria.
Precisamente la palabra, como expresión identitaria de la persona, es la primera reconquista del estado democrático y la que sostiene y vertebra el estado de derecho. Cuando de ese estado de derecho excluimos el diálogo, ¿somos conscientes de que lo vaciamos de contenido? Dicho de otra forma: ¿Nos damos cuenta, cuando renunciamos a la palabra, que dejamos sin sentido el propio estado de derecho, y que situamos nuestras vivencias fuera de su órbita?
La dictadura de Franco se topó con el fenómeno terrorista. Y creyó, desde la soberbia propia del General, poder aplastarlo aplicando medidas coercitivas absolutas, llegando a la ejecución de la pena de muerte. Y el terrorismo sobrevivió a la dictadura. Y ya metidos en democracia los terroristas han puesto a España contra el paredón y han asesinado a cientos de hermanos cuyo dolor nos empitona la vida y cuya sangre inocente nos chorrea por las femorales del alma. Sólo cuando nos hemos sentado a dialogar hemos taponado las pistolas con la fuerza de la palabra.
La democracia es un acto de fe profundo en la palabra, en su esencia, en su dinamismo histórico, en su potencial poético y creador. Todo surge de la palabra como de un vientre fecundo. En el principio existía la palabra y de ella dimana la creación. También la política, si esta no se convierte en tiranía dictatorial.
Zapatero y Rajoy son hombres paralelos. La geometría tiene aplicaciones políticas. El Presidente cree en la palabra y la oposición sólo pone su esperanza en medidas represivas. Hace falta mucho coraje para colocarse frente a las balas con sólo la palabra como arma cargada de futuro. Pero debemos tener muy claro que el terrorismo, en cuanto forma disfrazada de dictadura, hace de la palabra su primera víctima. Las demás serán consecuencia. Quienes niegan la capacidad pacificadora del diálogo se colocan en la misma trinchera. Apliquemos el estado de derecho, pero sin excluir su esencia primigenia: LA PALABRA
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