A veces al que escribe le cuesta trabajo decir lo que tiene que decir. Las palabras muerden por dentro y el eco de las ideas presentidas hace daño en los repliegues del alma. La solución es sencilla: callar. Pero la palabra abortada también escuece y uno termina andando por el mundo con el olor fétido de un silencio cómplice. No es fácil hablar ni callar.
ETA ha decidido dejar de matar. La historia registrará el veintidós de marzo como un suspiro gozoso de quien se libera de la muerte no ejerciéndola y de quien disfruta la vida liberándose de ella. La certeza de la muerte vendrá de una curva fatal, de un coágulo que olvidó su camino, del humo que pintó de grises los pulmones. Pero no de un hermano atrincherado en la endogamia de un terrorismo absurdo. La muerte se hace así fruto de cada uno. Se convierte en derecho del hombre y no en imposición dictatorial y asesina.
Los terroristas -parece- desean la paz. Los amenazados -y lo hemos sido todos- podemos pasear en adelante por la avenida ancha de la vida sin el miedo disimulado en los adentros de la gabardina. Algunos -muchos- se quedaron por el camino y para ellos cortamos cada día coronas de rosas rojas y lutos de jazmines en la memoria. De entre todos los que fuimos víctimas, ellos permanecen empujando como nadie la nueva aventura de la paz.
Los terroristas –en el sentido que todos entendemos- apuestan por un nuevo sendero de conversión. Pero nace al parecer un nuevo estilo de terrorismo, etéreo pero real, que consiste en dificultar la paz. Y aquí es donde la palabra duele y la idea escuece en los sótanos de la conciencia. ¿Desean de verdad la paz los que practican este nuevo estilo? ¿Quiénes son? La paz sólo puede ser fruto de una convergencia política de todos. El que quiera arrimar el hombro que lo haga. El que no empuje con fuerza, y se dedique, por el contrario a dificultar el camino, que asuma claramente su situación y la proclame sin subterfugios. Todos sabemos qué es ETA. También tenemos derecho a saber cómo se denominan estos interesados en obstaculizar la paz. Que no identifiquen diálogo con entreguismo. Que no adjudiquen pactos inexistentes, sino que los demuestren. Que no atribuyen certezas a lo que sólo son falsedades conscientes. Que no se apropien de los muertos porque los muertos son el desgarro de todos. Que no desorienten con equívocas afirmaciones que no pasan de ser negaciones fundamentales. Que no utilicen el nombre de TODOS lo españoles para obscurecer la luz que dolorosamente vamos pariendo TODOS los españoles. Que no exijan explicaciones que nunca supieron dar cuando les correspondía Que nadie confunda a la ciudadanía, ni siquiera a sus votantes, con ciertos dirigentes políticos. Que nadie sea tan miserable como para arrastrar a su abismo el voto depositado con júbilo democrático en unas elecciones. “En mi nombre no”, fue el slogan de algunas manifestaciones. Pues en mi nombre TAMPOCO. Y lo digo con la voz ronca de gritar a favor de los trabajadores, de los oprimidos, contra las guerras, contra las ocupaciones ilegales, contra las dictaduras, contra la muerte ejercida por machos nunca humanos contra mujeres que se llevan una condecoración de claveles.
No explorar todos los caminos sensibles de paz equivale a cegarlos. Necesitamos manos limpias, con callos de honradez, con cicatrices de luchas ejercidas. Nos sobran manos farisaicas hipotecadas en palanganas de pilatos cómplices. ¿Nos acordamos de la cosecha de manos blancas cuando asesinaron a Tomás y Valiente? Manos abiertas dispuestas a dar vida en un apretón. Manos entrelazadas como presagios del beso fecundo.
Los que no tengan manos que ofrecer, por favor que se marginen. Que no exhiban sus muñones, porque ni lástima engendran. No necesitamos manos sin capacidad de caricias, porque todos, con nuestras palmas de indigentes, vamos pidiendo un poco de amor para seguir viviendo.
ETA ha decidido dejar de matar. La historia registrará el veintidós de marzo como un suspiro gozoso de quien se libera de la muerte no ejerciéndola y de quien disfruta la vida liberándose de ella. La certeza de la muerte vendrá de una curva fatal, de un coágulo que olvidó su camino, del humo que pintó de grises los pulmones. Pero no de un hermano atrincherado en la endogamia de un terrorismo absurdo. La muerte se hace así fruto de cada uno. Se convierte en derecho del hombre y no en imposición dictatorial y asesina.
Los terroristas -parece- desean la paz. Los amenazados -y lo hemos sido todos- podemos pasear en adelante por la avenida ancha de la vida sin el miedo disimulado en los adentros de la gabardina. Algunos -muchos- se quedaron por el camino y para ellos cortamos cada día coronas de rosas rojas y lutos de jazmines en la memoria. De entre todos los que fuimos víctimas, ellos permanecen empujando como nadie la nueva aventura de la paz.
Los terroristas –en el sentido que todos entendemos- apuestan por un nuevo sendero de conversión. Pero nace al parecer un nuevo estilo de terrorismo, etéreo pero real, que consiste en dificultar la paz. Y aquí es donde la palabra duele y la idea escuece en los sótanos de la conciencia. ¿Desean de verdad la paz los que practican este nuevo estilo? ¿Quiénes son? La paz sólo puede ser fruto de una convergencia política de todos. El que quiera arrimar el hombro que lo haga. El que no empuje con fuerza, y se dedique, por el contrario a dificultar el camino, que asuma claramente su situación y la proclame sin subterfugios. Todos sabemos qué es ETA. También tenemos derecho a saber cómo se denominan estos interesados en obstaculizar la paz. Que no identifiquen diálogo con entreguismo. Que no adjudiquen pactos inexistentes, sino que los demuestren. Que no atribuyen certezas a lo que sólo son falsedades conscientes. Que no se apropien de los muertos porque los muertos son el desgarro de todos. Que no desorienten con equívocas afirmaciones que no pasan de ser negaciones fundamentales. Que no utilicen el nombre de TODOS lo españoles para obscurecer la luz que dolorosamente vamos pariendo TODOS los españoles. Que no exijan explicaciones que nunca supieron dar cuando les correspondía Que nadie confunda a la ciudadanía, ni siquiera a sus votantes, con ciertos dirigentes políticos. Que nadie sea tan miserable como para arrastrar a su abismo el voto depositado con júbilo democrático en unas elecciones. “En mi nombre no”, fue el slogan de algunas manifestaciones. Pues en mi nombre TAMPOCO. Y lo digo con la voz ronca de gritar a favor de los trabajadores, de los oprimidos, contra las guerras, contra las ocupaciones ilegales, contra las dictaduras, contra la muerte ejercida por machos nunca humanos contra mujeres que se llevan una condecoración de claveles.
No explorar todos los caminos sensibles de paz equivale a cegarlos. Necesitamos manos limpias, con callos de honradez, con cicatrices de luchas ejercidas. Nos sobran manos farisaicas hipotecadas en palanganas de pilatos cómplices. ¿Nos acordamos de la cosecha de manos blancas cuando asesinaron a Tomás y Valiente? Manos abiertas dispuestas a dar vida en un apretón. Manos entrelazadas como presagios del beso fecundo.
Los que no tengan manos que ofrecer, por favor que se marginen. Que no exhiban sus muñones, porque ni lástima engendran. No necesitamos manos sin capacidad de caricias, porque todos, con nuestras palmas de indigentes, vamos pidiendo un poco de amor para seguir viviendo.
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