miércoles, 8 de octubre de 2008

PERDONA A TU PUEBLO

La Iglesia, dijo más o menos el Obispo Blázquez, debería pedir perdón. Pero fue una frase deslizada subrepticiamente, como incrustada en un tema ajeno. No fue el fruto de un planteamiento serio, fundamentado, asumido en conciencia. Y eso no es pedir perdón. Sonó a sólo alusión.

Le faltó tiempo a Martínez Camino para explicarnos el contenido de esa simple referencia. Esa petición venial de perdón por parte del Presidente de la Conferencia Episcopal no era tal. La hemos sacado de contexto. La Iglesia de Rouco, Cañizares, Martínez Camino y muchos otros no tienen por qué pedir perdón. Monseñor, no me preocupa que estos Obispos sean de izquierdas o derechas. Me preocupa simplemente que sean Obispos.

Yo he tenido la gratificante oportunidad de conocer cristianos de talla: luchadores con los pobres, perseguidos y asesinados por militares golpistas, preocupados por estómagos vacíos, prójimos de sufrimientos fraternales. Desde Podestá a Helder Cámara, pasando por Mons. Romero, Ellacuría, Llanos, Díez Alegría y tantos otros. Les preocupaba lo humano como valor en sí mismo. Como dijo Pablo VI cuando acudió a la ONU: “Vengo como experto en humanidad”

La Iglesia española, encumbrada en la atalaya del más cínico orgullo, no tiene arreos para pedir perdón. ¿Cómo puede celebrar la Eucaristía con ese gran pecado histórico en las conciencias?

La Jerarquía episcopal es incapaz de pedir perdón. Persiste en su actitud soberbia de marcar caminos, de decirnos a todos que es poseedora única de la verdad y dispensadora exclusiva de la bondad. Fuera de ella no hay salvación. Y alimenta a los conspiradores de la COPE, azuzando a golpistas de mano blanca, condenando sin escrúpulos a los homosexuales, pero ocultando a los pederastas de báculos erectos, añorando charreteras bajo palios de varales plateados, venerando al Santo Padre mientras arrincona contra el sida a los santos hijos de la tierra. Esta Jerarquía que ensalza la Virginidad de María, arremete contra la mujer como pecado original de un paraíso olvidado.

No acepta una ley de memoria histórica. Prefiere olvidar cruzadas, cadáveres silenciados. Eran muertos comunistas y encima recibieron los santos sacramentos y la bendición de Su Santidad. Los despeñaron desde aviones argentinos por orden de Videla, hijo fiel de la Iglesia. Los fusiló Pinochet mientras el Papa le daba la comunión y amonestaba al poeta Cardenal, revolucionario de Nicaragua. Y nombró diácono a Franco, experto en muertos olvidados, semillas de cunetas funerarias.

¿Para qué pedir perdón? Basta con impugnar la historia como oscura prostituta de una noche.



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