lunes, 6 de octubre de 2008

MIS MUERTOS

Todo hombre es por dentro un cementerio. Dentro duerme una madre, un amigo, un hijo o los muslos de ceniza de una novia. Muchos llevamos tricornios de charol lorquiano, gorras de plato militares, concejalías de Ermuas infinitas. Por dentro se asoman niñas abrazadas a muñecas, ángeles inmigrantes del Pozo, obreros soñando con andamios de Vallecas, madres sin hijos, hijos sin madres. Y los acunamos de noche, y les felicitamos la muerte porque en España todos los días son tristes aniversarios. Soy consciente que a lo mejor un día el cáncer gris del tabaco, el disparo certero del infarto, la estúpida curva de una carretera le hará decir a los que queden que nos fuimos en el momento más lúcido de la vida. Y tendrán razón porque estoy seguro que a muchos nos encontrará la muerte luchando por la paz.

Pero que nadie diga que ciertos muertos no son sus muertos. Que por favor, no los abandone. Que los reparta, “porque cabe aún mucho dolor o mucho amor en cualquier hombre”, como diría León Felipe. Que no los dejen de nuevo en la cuneta porque, acostumbrados al cariño, se nos podrían morir otra vez con tanta luna fría que anda suelta.

Habrá que construir un refugio para los muertos abandonados. Y quererlos allí, aunque nadie los reclame, y cuidarlos para que no se nos mueran de muerte añadida: “Los muertos de ETA no son mis muertos”, ha dicho alguien cuyo nombre callo por la repugnancia que contiene. “Los muertos que no son de ETA no son mis muertos”, le ha respondido alguien cuyo nombre callo por igual repugnancia. Cuando un país apostata de sus muertos anda mal de cariño. El odio carga las pistolas y ellas solas aprenden el camino del corazón. Pero luego no nos quejemos porque con posturas así estamos fabricando nuestros propios muertos. Nos sobra ETA, y el islamismo terrorista puede ahorrarse sus bombas. Por lo visto, los que no somos terroristas, tenemos odio y rencor suficiente para tejer nuestro propio dolor. Julio, mi amigo Julio, le aconsejó a Felipe González cuando fue elegido en 1.982: “No te rodees de nadie que sienta rencor”. Y todavía se detecta rencor en la vida política de este país. No digo discrepancia. Digo rencor. Los que luchamos por la instauración de la democracia la concebíamos como un encuentro en la palabra. ¿UTOPIA? De acuerdo. Dejadme que la sueñe así en nombre de tantos que no llegaron a verla porque se dejaron la sangre por cualquier esquina.

No hay muertos buenos y malos, de izquierdas o derechas. A los muertos hay que asumirlos como se respira el amor, como se incorpora un elemento indispensable a la vida. Somos nosotros y nuestros muertos. No existen los muertos del otro y los míos. Todos son mis muertos, porque de lo contrario soy cómplice de sus asesinos, ayudo a apretar el gatillo o a que exploten las bombas viajeras de los trenes. Esta es la cruel mentalidad del terrorista: pensar que cuando mata está clavándole muertos a los otros. Todos son mis muertos, porque si alguno me estorba estoy amputando mi propia existencia.






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