La sangre está muy cara. Se cotiza muy alto en bolsa. Sólo los inversionistas con visión de futuro arriesgan su dinero en una operación ciertamente rentable, pero costosa. Usted mata e inexorablemente nota el culatazo en el presupuesto. A Buhs le ha pasado. Acostumbrado a matar, necesita medio billón de dólares para sacarle un rendimiento aceptable a la sangre. Tiene para ello que recortar gastos sociales: estará peor atendida la sanidad, los viejos tendrán que acostumbrarse a una soledad más espesa y la gran potencia, en general, deberá aceptar un estrechamiento del cinturón. Pero valdrá la pena, asegura Buhs. Tiene una certeza absoluta: la sangre a corto y medio plazo revierte en beneficios que incrementan el producto interior bruto y obliga a un respeto casi absoluto por parte del resto de países.
Algunos tertulianos televisivos y radiofónicos creen que ya no debe usarse el discurso de la guerra de Irak porque es algo que pertenece al pasado. A Rajoy no le interesa hablar del ayer porque está ocupado en la construcción del futuro. Lo mismo le sucede a Arístegui.
Pero resulta que las víctimas de aquella guerra ilegal siguen cayendo cada día, goteando sobre la conciencia del mundo, agolpándose sobre las espaldas de su inicuos promotores que decidieron un día convertirse en salvadores de la historia. Miles y miles de muertos, toneladas de un dolor inmenso, puesto de pie sobre la historia de la humanidad, como giraldas erectas y enlutadas. Estamos pariendo los muertos en el momento mismo en que queremos olvidarlos y relegarlos al ayer. Los hombres del futuro necesitamos desentendernos de las víctimas del presente para afrontar con la cabeza alta los retos del mañana.
El infame Sadam no consiguió serlo tanto como este Occidente lleno de valores cristianos que invade en nombre de Dios. “Dios me dijo que invadiera Irak” ha declarado Buhs. Y al rebufo del dios americano, neocon y de derechas, marcharon Blair y Aznar. Destronado el primero. Ufano y endogámico el segundo, emperador venido a menos, con rencores políglotas repartidos por universidades a cambio de dinero, porque la sangre, como piensa Buhs, es siempre rentable.
Y a uno le tiembla la palabra y se le estremece el aliento cuando día a día se siente responsable del amortajado presente de Irak. Sobre la pira de mentiras urdidas en las Azores se queman los cadáveres de miles de seres humanos. Y se nos cuelan los muertos entre la publicidad de un detergente y el jamón de Jabugo.
Estamos en un mundo devaluado. A lo mejor ni la sangre es rentable porque ha bajado su cotización en bolsa.
Algunos tertulianos televisivos y radiofónicos creen que ya no debe usarse el discurso de la guerra de Irak porque es algo que pertenece al pasado. A Rajoy no le interesa hablar del ayer porque está ocupado en la construcción del futuro. Lo mismo le sucede a Arístegui.
Pero resulta que las víctimas de aquella guerra ilegal siguen cayendo cada día, goteando sobre la conciencia del mundo, agolpándose sobre las espaldas de su inicuos promotores que decidieron un día convertirse en salvadores de la historia. Miles y miles de muertos, toneladas de un dolor inmenso, puesto de pie sobre la historia de la humanidad, como giraldas erectas y enlutadas. Estamos pariendo los muertos en el momento mismo en que queremos olvidarlos y relegarlos al ayer. Los hombres del futuro necesitamos desentendernos de las víctimas del presente para afrontar con la cabeza alta los retos del mañana.
El infame Sadam no consiguió serlo tanto como este Occidente lleno de valores cristianos que invade en nombre de Dios. “Dios me dijo que invadiera Irak” ha declarado Buhs. Y al rebufo del dios americano, neocon y de derechas, marcharon Blair y Aznar. Destronado el primero. Ufano y endogámico el segundo, emperador venido a menos, con rencores políglotas repartidos por universidades a cambio de dinero, porque la sangre, como piensa Buhs, es siempre rentable.
Y a uno le tiembla la palabra y se le estremece el aliento cuando día a día se siente responsable del amortajado presente de Irak. Sobre la pira de mentiras urdidas en las Azores se queman los cadáveres de miles de seres humanos. Y se nos cuelan los muertos entre la publicidad de un detergente y el jamón de Jabugo.
Estamos en un mundo devaluado. A lo mejor ni la sangre es rentable porque ha bajado su cotización en bolsa.
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