viernes, 3 de octubre de 2008

LA PAZ DE MARIA

“Con Franco vivíamos en paz” (María San Gil)





Cuando un dirigente que se dice democrático pronuncia una frase como la que encabeza este artículo, uno espera que todo el partido al que pertenece se revuelva sobre sí mismo, se ponga en pié y exija la dimisión de ese dirigente. Y si a todo político hay que suponerle sinceridad, uno llega a la conclusión de que el Partido Popular, consciente de lo que esa sinceridad implica, tiene que rebelarse en pleno contra María San Gil que ha proclamado en una entrevista que “por lo menos con Franco vivíamos en paz”.

¿Dónde están los Aznares, los Rajoys, los Zaplanas, los Aceves, los Aguirres? Porque uno quiere ver a esos defensores de la Constitución condenando esa paz franquista o apostatando sin complejos de su condición democrática. Pretender conciliar franquismo y democracia es a todas luces una reducción al absurdo

Los miles de fusilados durante el franquismo, los exiliados políticos, los que tuvimos que mordernos nuestros deseos de libertad, los que sufrimos el régimen de terror impuestos durante cuarenta años, los que sentimos coartados los derechos humanos más elementales, no podemos guardar silencio ante la paz enaltecida por María San Gil.

La dirigente popular defiende un sistema asesino contraponiéndolo a una ETA asesina. Se coloca a sí misma ante una elección que sólo ella provoca. Nadie le exige que elija entre dos regímenes homicidas. Y sin que nadie se lo pida, manifiesta sus preferencias claras y evidentes. No condena a ETA y al franquismo. Denuncia que ETA nos priva de una paz que Franco sí nos proporcionaba.

¿De verdad, señora San Gil, cree que aquellos fusilados, aquellos exiliados, aquellos perseguidos por el sistema terrorista de Franco eran compatibles con una paz auténtica? ¿De verdad que los presos políticos, los represaliados por defender su libertad, los que sentían ahogada su capacidad de expresión podían disfrutar de la paz que Franco ofrecía y que Vd. evoca con añoranza plañidera? ¿Puede compararse el silencio impuesto a los sepulcros con el soñado silencio de las metralletas? ¿Es similar el equilibrio horizontal de los muertos con la república anárquica de las rosas?

Da miedo decir lo que voy a decir, señora. Pero le aseguro que, aunque me repugnan todos los asesinos, y contra todos he luchado, el asco también tiene una dimensión estadística. Le confieso que me tiembla el pulso ante lo que acabo de escribir. Y que necesito toda la comprensión del mundo para que nadie tergiverse mis palabras. Condeno los crímenes de ETA con toda mi alma. Pero siento igualmente el vómito caliente que me envenena después de haber tenido que soportar en mi sangre la bota franquista.

No es lo mismo, señora, el mutismo encarcelado que la paz reventona de la libertad. Tengo claro, sin embargo, que ni las víctimas de Franco pudieron impedir la llegada de la democracia, ni las víctimas de ETA podrán impedir la llegada de la paz. Todas las víctimas, aquellas y estas, deben sentir el calor vivificante y agradecido de los que hoy seguimos luchando por la hermosa empresa de la convivencia.

Todos los que se oponen a la paz, por añoranza o por connivencia, son cómplices de la muerte. Aquel terror murió en la cama entubada de un hospital y éste debe derrumbarse ante el músculo comprometido de buena voluntad.

Descanse, señora, en la paz de Franco. Los demás seguiremos empeñados en el quehacer de un futuro descalzo que olvidó las botas bajo una losa de granito.




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