lunes, 13 de octubre de 2008

SOSIEGO

En su discurso navideño, el Rey pidió sosiego a las fuerzas políticas sin especificar en qué campo era urgente ese sosiego. Pero todos entendimos a qué se refería concretamente.

La palabra sosiego me sabe a poco. Prefiero el término serenidad. Me instala más en una visión centrada de las situaciones. Parece, o me parece, que incluso cuando hay que enfrentarse a situaciones de vital trascendencia para cada uno de nosotros, la serenidad nos permite enfocarlo todo desde un punto de vista más humano y humanizante. Es el fruto maduro de un equilibrio interior. Pero sea sosiego o serenidad, todos hemos entendido que es urgente que la política española haga un alto en el camino, tome perspectiva y actúe de acuerdo a ella.

La oposición política no tiene que estar vertebrada por el NO a todas y cada una de las propuestas de un partido gobernante. La diversidad ideológica no puede significar una discrepancia en todas las argumentaciones, absolutamente en todas. Lo distinto está hecho también de coincidencias, de elementos comunes que unen y que hacen más visible planteamientos distintos.

Los planteamientos económicos de los partidos de izquierdas y de derechas, son lamentablemente demasiado similares. Es evidente que hay características propias de cada uno, pero argumentalmente están bastante cercanos. En las demás cuestiones la proximidad o la lejanía de las posturas sólo pueden derivarse del bien común del pueblo. Una política ajena a la sensibilidad y al bienestar de los respectivos electores se convierte en un ansia de poder, en un monopolio partidista y, en el fondo, en una política prostituida.

Cuando el Rey pide sosiego a los políticos, estamos todos entendiendo que lo hace refiriéndose a un campo muy concreto: el proceso de paz. Desde hace cuarenta años venimos sufriendo el sobresalto de la sangre. La muerte, esa gran sorpresa para el hombre, ha estado agazapada en cualquier esquina. Y para tantas y tantas victimas, la muerte no ha sido la afloración de la propia madurez, sino la imposición asesina de unos verdugos.

A lo largo de nuestra democracia ha habido un empeño supremo del que todos nos hemos sentido partícipes y responsables: la paz de las manos blancas, limpias e inocentes, empeñadas en juntar flores en ramos vivificantes. Felipe González y José María Aznar lo intentaron. Y todos empujamos e hicimos nuestro el empeño de nuestros dirigentes. El Presidente Zapatero solicitó en el Congreso el apoyo de las fuerzas políticas y fue muy sintomático que todas, con excepción del Partido Popular, respaldaran la actitud presidencial. Y desde aquel momento los dirigentes populares fueron derrochando anatemas: No se puede dialogar con terroristas. Incluso negaron, y siguen negando, que el gobierno de Aznar lo hubiera hecho. Y en un alarde de cinismo se habla de bajada de pantalones, de traición a los muertos, de entreguismo, de ayuda al rearme de los terroristas, de desprecio por las víctimas y se ha arrojado sobre ese proceso de paz todo el vómito procedente de la propia amargura.

A lo mejor ha llegado la hora del sosiego, de la serenidad, del equilibrio que da el empeño en una tarea común. El mañana es posible. A la grandeza humana nada le viene dado. Todo es producto de su creatividad. Crear el futuro es la misión irrenunciable de cada ser.

En la plaza grande de la palabra es posible el encuentro gozoso del anhelo. Tal vez el sosiego, la serenidad, el equilibrio sean un pan bueno para alimentar la esperanza.

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