Muchas rosas negras en la sangre. Banderas a media asta en las pupilas. Minutos de silencio en plazas doloridas. Manos blancas. Pies cansados. Fraternidad contra odio. Calles pisadas gritando contra la muerte. El terror enfrente. Rencor en mano. Metralletas negras. Odio oscuro entre las cejas. Amor y desamor. Los puentes rotos. Dinamitadas honduras moribundas. Todos pidiendo el fin. Para sembrar la tierra de jazmines, como una inmensa maceta sevillana.
Ahora el aire es más líquido. Aire azul entusiasmado. Flores de muslos abiertos, preñándose de lunas alegres, con perfil biselado para enmarcar la paz. Niños jugando en el patio. Colegialas con magnolias debajo del jersey descubriendo entre temblores a chavales erectos que se afeitan por primera vez. Novias prometiendo amor. Hasta que esta aventura nos separe. Hasta que hagamos de la vejez un cestito de recuerdos.
Cualquier día uno se muere porque está en su derecho. Cansado de enfisemas, de cánceres oscuros, de latidos sin memoria. Y uno se muere a gusto, para dejar sitio, para abonar primaveras y crecer, sin que nadie sospeche, por la giraldas doradas de las espigas.
Pero ya nadie mata. Se ha hecho una paz hermosa, ancha como la plaza de un pueblo. Y allí estamos todos, prometiendo dejar el tabaco mientras colgamos el humo de los árboles. Criticando las estrellas. Mirando a la muchacha que lleva un pan bendito.
Uno ya es viejo y pesan las espaldas. Los muertos son los muertos y descansan en los sótanos del alma. Alma con estrías, curtidas de soles insolentes. Uno es viejo y recuerda las pistolas. En una bocacalle las pistolas. En los huecos del mar las pistolas. En la espalda del aire las pistolas. Y en el vientre de las rosas. Crujen las venas y la sangre se esconde para no ver la sangre. Y los viejos queremos ser más viejos para llegar a la amnesia y alejarnos del chorro negro que venía, que siempre venía, asustando las esquinas.
Pero ya nadie mata. Porque un día la palabra se hizo palabra en los labios. Y la palabra es futuro. Y sostiene al mundo. Y todos hablamos. Sin pistolas. Con un poco de amor recuperado. Con las camisas blancas. Con la ternura blanca. Con los balcones abiertos a la mañana blanca. Para que entre la paz a bocanadas y se acueste con nosotros como una amante blanca. Y que se quede ahí, boca arriba, para preñar las noches, para tejer claveles, para hacer de la luz una herencia vitalicia.
La paz no admite arrepentimientos. Porque es alimento único. En la tartera del obrero hay una paz jugosa. Y tú eres obrero porque edificas el mundo. Y el mundo es el resultado de muchas noches en vela. Sin guantánamos, sin pateras, sin verdades absolutas, sin otoños tristes, con veranos de olas desnudas. La paz es un proyecto de manos encontradas.
Voy a sentarme en la acera de una estrella a beberme la paz y a chorrear el mundo de lunas abreviadas.
Ahora el aire es más líquido. Aire azul entusiasmado. Flores de muslos abiertos, preñándose de lunas alegres, con perfil biselado para enmarcar la paz. Niños jugando en el patio. Colegialas con magnolias debajo del jersey descubriendo entre temblores a chavales erectos que se afeitan por primera vez. Novias prometiendo amor. Hasta que esta aventura nos separe. Hasta que hagamos de la vejez un cestito de recuerdos.
Cualquier día uno se muere porque está en su derecho. Cansado de enfisemas, de cánceres oscuros, de latidos sin memoria. Y uno se muere a gusto, para dejar sitio, para abonar primaveras y crecer, sin que nadie sospeche, por la giraldas doradas de las espigas.
Pero ya nadie mata. Se ha hecho una paz hermosa, ancha como la plaza de un pueblo. Y allí estamos todos, prometiendo dejar el tabaco mientras colgamos el humo de los árboles. Criticando las estrellas. Mirando a la muchacha que lleva un pan bendito.
Uno ya es viejo y pesan las espaldas. Los muertos son los muertos y descansan en los sótanos del alma. Alma con estrías, curtidas de soles insolentes. Uno es viejo y recuerda las pistolas. En una bocacalle las pistolas. En los huecos del mar las pistolas. En la espalda del aire las pistolas. Y en el vientre de las rosas. Crujen las venas y la sangre se esconde para no ver la sangre. Y los viejos queremos ser más viejos para llegar a la amnesia y alejarnos del chorro negro que venía, que siempre venía, asustando las esquinas.
Pero ya nadie mata. Porque un día la palabra se hizo palabra en los labios. Y la palabra es futuro. Y sostiene al mundo. Y todos hablamos. Sin pistolas. Con un poco de amor recuperado. Con las camisas blancas. Con la ternura blanca. Con los balcones abiertos a la mañana blanca. Para que entre la paz a bocanadas y se acueste con nosotros como una amante blanca. Y que se quede ahí, boca arriba, para preñar las noches, para tejer claveles, para hacer de la luz una herencia vitalicia.
La paz no admite arrepentimientos. Porque es alimento único. En la tartera del obrero hay una paz jugosa. Y tú eres obrero porque edificas el mundo. Y el mundo es el resultado de muchas noches en vela. Sin guantánamos, sin pateras, sin verdades absolutas, sin otoños tristes, con veranos de olas desnudas. La paz es un proyecto de manos encontradas.
Voy a sentarme en la acera de una estrella a beberme la paz y a chorrear el mundo de lunas abreviadas.
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