domingo, 5 de octubre de 2008

MARIA-DOLORES-ISABEL

La democracia es el fruto de una palabra limpia, honrada y veraz. La palabra es así porque hunde sus raíces en el amor. Y usar la palabra en vano es profanarla y prostituirla.

María San Gil ha sufrido una agresión física cuando sólo pretendía abanderar la palabra en la Universidad de Santiago. Y por eso todos los que amamos la libertad hemos condenado la coacción que sufrió. Pero cuando María es puesta a salvo de esos bandoleros de caminos, culpa de su existencia al Presidente Zapatero porque durante su mandato no ha hecho otra cosa que alimentar el radicalismo de los nacionalistas.

Dolores Nadal tiene que pasar por una situación similar. Y el rito se repite. Los demócratas condenando el asalto a la palabra. Pero la propia Dolores Nadal atribuyendo a Zapatero la factura de esos confiscadores de la libertad. Y Acebes, calumniador profesional de la política, repercutiendo la responsabilidad al Presidente del Gobierno.

Isabel San Sebastián aseguraba en Telemadrid que ETA no cometerá un atentado antes del 9-M porque es consciente de que su acción haría ganar las elecciones al Partido Popular, mientras que la banda terrorista prefiere que las gane el PSOE porque así se verá beneficiada por el amparo y las ayudas del Presidente durante cuatro años más.

Alcaraz, pisoteando la independencia judicial, recusa al Juez Garzón porque está sometido a las directrices del Gobierno socialista y detiene etarras para disimular su subordinación al proyecto de rendición a los terroristas

Y podríamos citar a Rajoy, Astarloa, Zaplana, Aguirre, Trillo, Losantos, Aznar, Miguel Angel Rodríguez, la FAES. Y junto a ellos, a Gascó, Rouco, Cañizares, Martínez Camino, los Benignos, Las Cristinas, las Duranes.

Y uno, que anda de despedida del tiempo, quiere llevarse la honradez de la palabra, la alegría de la palabra conseguida, luchada, alcanzada como una meta limpia de botas, fajines y palios. Y uno, que va educando la elegancia del adiós, para hacer de la marcha un vuelo de palomas, siente el lastre que paraliza porque muchos se esfuerzan en despeñar la palabra por los barrancos del odio.

Nadie merece que se coarte su libertad. Pero nadie puede rebelarse disparando a bocajarro contra la honradez del otro. Eso significaría que nos hemos contagiado del odio de los que esperan en el pórtico de la universidad o en las aceras de la vida.

La política sólo puede ser palabra. Cuando explotamos la palabra, nos hemos convertido en pistola asesina de un terrorista cualquiera.




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