miércoles, 22 de octubre de 2008

MONSEÑOR ARENAS

“La memoria histórica es muerte, la guerra civil es muerte, la eutanasia es muerte, el aborto es muerte. El PP, sin embargo, defiende la vida y el futuro”. Estas palabras pertenecen a Javier Arenas, aunque parezcan pronunciadas por Rouco Varela.


La memoria histórica no es muerte, es un derecho irrenunciable. Algunos tenemos la mitad de nuestra vida enterrada entre sables, espuelas, cárceles e indulgencias plenarias. Quien me niegue este derecho está ejecutando otra vez un golpe de estado, me está situando nuevamente contra las tapias blancas de algún cementerio.

La guerra civil es muerte. Condenemos todos, absolutamente todos, el glorioso movimiento nacional, el alzamiento criminal, a sus colaboradores, sus palmeros, sus parásitos y reivindiquemos el honor de sus víctimas. Mientras alguien se niegue a esa condena, tendremos que considerarlo complaciente con un ayer de plomo.

Tampoco la eutanasia es muerte. Es un derecho que reivindico tal vez por la simple conciencia de su cercanía. Quiero ser consecuente y proclamar que la muerte es un acto más de la vida. Se ha ido educando (sacando de dentro) y llegado el momento hay que parirla gozosamente para regresar al vientre supremo de la tierra y del tiempo. Tal vez en eso consista la eternidad.

Si el aborto afectara al varón, tal vez no existiría tal incomprensión. Pero de la mujer se trata. De ese ser cuya alma estuvo en duda durante siglos, cuyo derecho al voto se reconoció últimamente, cuyos derechos más elementales tienen que ser reconocidos por ley porque a los machos les surge desde su interioridad negarlos. Mujeres asesinadas por hombres que hicieron de sus labios puñales temblorosos y asesinos.

El Dios propuesto por Rouco, Gascó, Catalá, San Sebastián, etc. es el Dios-18-de-Julio. Franco murió. Pero dicen haberlo visto merodear por Génova de la mano de Martínez Camino. Existen intereses en la reconstrucción de un dios neocon, victorioso al paso alegre de la paz, tertuliano de COPE, ideólogo de FAES. Dios es una propiedad privada de la derecha alimentada de una Iglesia nostálgica de pasado, cerrada a la investigación, a la implantación de nuevos derechos, amnésica de su ayer más inmediato, viuda triste de un concubinato sacrílego de cuarenta años.

¿Qué futuro defiende el Partido Popular, señor Arenas, si se opone a estos derechos básicos? Es triste que coincida palabra por palabra con una Jerarquía esclerotizada que no logra comprender que lo humano es grande por el hecho de serlo, sin que nadie tenga que concederle autonomía alguna. Dios, señores Obispos, no es un chiquero donde esconder cobardemente el alvero a veces angustioso de la vida. Hay que permanecer en los medios, juntos los pies sobre el eje de la cintura. La soledad es la valentía de la existencia, sin caudillos salvadores, sin mitras que bendigan urbi et orbi, sin cobardías de dioses-peones que alivien la faena.

Le acompaño en el sentimiento, Monseñor Arenas. Voy a quedarme un rato hasta que haga de mi muerte el derecho último, alegre y elegante de la vida.

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