Una mañana fría en Alemania. Catedral de Colonia. Fuera, sus torres sujetando el aire. Dentro, la urna donde, según la tradición, reposan los cuerpos de los Reyes Magos. Tan increíble todo, pero tan hermoso. A veces no importa la verdad. Nos basta con la belleza. Y algo es verdad sencillamente porque es bello. Y surge entonces la poesía como creación, la vida como aventura, el amor como utopía.
Contemplé largamente aquella urna. El oro lo recubría todo. En el interior, una monarquía de lunas, incienso y mirra. Todo estaba allí acabado, perfecto, sin línea sucesoria. La ilusión se cerraba sobre sí misma y construía un mundo de estrellas interiores, preñado de luces verticales y niños de futuro. Era como el punto de encuentro de todas las aspiraciones humanas, un mitin de ideales, una manifestación de todas las alegrías. Y aquella urna, como un vientre fecundo, nos iba pariendo a todos.
Después vendrían los herodes de la historia, empeñados en degollar los besos recién nacidos, dispuestos a segar los tallos de la esperanza, a sajar la sombra de quienes puedan hacerle sombra. Aquí, ante esta urna que es verdad sencillamente porque es bella, que contiene porque así lo necesitamos, una dinastía universal y equilibradora, traía yo a los verdugos del mundo, a los fabricantes de pobreza, a los diseñadores del hambre. Frente a esa urna colocaba a todos los dictadores, a los dibujantes de fronteras entre blancos y negros, a los albañiles de los muros que dividen. A todos los destructores profesionales de horizontes que nos obligan a tener más para conseguir que seamos menos.
A lo mejor el mundo se guarda en una urna que contiene los restos de los Reyes Magos. A lo mejor sólo es necesario sacar los zapatos a la ventana de la vida, poner agua para los camellos y dejarnos querer por quien nos quiera querer, recibiéndolo todo como un regalo de quien ama a los niños buenos.
El hombre es un niño maduro como el pan es un trigal con amapolas. El hombre es lo que ama como la luz es una luna repartida.
Salí a la mañana fría, muy fría, de Colonia. Allí estaba la Catedral y sus torres imponentes apenas visibles entre una niebla gótica. Y aquel día tomé una decisión: en adelante dejaría los pragmatismos, renunciaría a la necesidad de tocar para creer, preferiría lo utópico a lo empírico. La vida es verdad porque alguien la ha soñado, y quien ha dejado de perseguir un sueño se ha suicidado. A veces no nos morimos. Simplemente nos vamos alejando por las cunetas del tiempo. Dejamos atrás la urna, tan increíble pero tan bella, que guarda los restos de los Reyes Magos. Qué pena los matemáticos que olvidaron la magia, los científicos que rechazaron la sorpresa, los acomodados que prescindieron del asombro.
Contemplé largamente aquella urna. El oro lo recubría todo. En el interior, una monarquía de lunas, incienso y mirra. Todo estaba allí acabado, perfecto, sin línea sucesoria. La ilusión se cerraba sobre sí misma y construía un mundo de estrellas interiores, preñado de luces verticales y niños de futuro. Era como el punto de encuentro de todas las aspiraciones humanas, un mitin de ideales, una manifestación de todas las alegrías. Y aquella urna, como un vientre fecundo, nos iba pariendo a todos.
Después vendrían los herodes de la historia, empeñados en degollar los besos recién nacidos, dispuestos a segar los tallos de la esperanza, a sajar la sombra de quienes puedan hacerle sombra. Aquí, ante esta urna que es verdad sencillamente porque es bella, que contiene porque así lo necesitamos, una dinastía universal y equilibradora, traía yo a los verdugos del mundo, a los fabricantes de pobreza, a los diseñadores del hambre. Frente a esa urna colocaba a todos los dictadores, a los dibujantes de fronteras entre blancos y negros, a los albañiles de los muros que dividen. A todos los destructores profesionales de horizontes que nos obligan a tener más para conseguir que seamos menos.
A lo mejor el mundo se guarda en una urna que contiene los restos de los Reyes Magos. A lo mejor sólo es necesario sacar los zapatos a la ventana de la vida, poner agua para los camellos y dejarnos querer por quien nos quiera querer, recibiéndolo todo como un regalo de quien ama a los niños buenos.
El hombre es un niño maduro como el pan es un trigal con amapolas. El hombre es lo que ama como la luz es una luna repartida.
Salí a la mañana fría, muy fría, de Colonia. Allí estaba la Catedral y sus torres imponentes apenas visibles entre una niebla gótica. Y aquel día tomé una decisión: en adelante dejaría los pragmatismos, renunciaría a la necesidad de tocar para creer, preferiría lo utópico a lo empírico. La vida es verdad porque alguien la ha soñado, y quien ha dejado de perseguir un sueño se ha suicidado. A veces no nos morimos. Simplemente nos vamos alejando por las cunetas del tiempo. Dejamos atrás la urna, tan increíble pero tan bella, que guarda los restos de los Reyes Magos. Qué pena los matemáticos que olvidaron la magia, los científicos que rechazaron la sorpresa, los acomodados que prescindieron del asombro.
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