viernes, 3 de octubre de 2008

LA PIEL DE LA PAZ

A los que hacen de la paz un poema caliente
cada día.



Uno lleva muchos lutos en la sangre. Posguerra de panes morenos, de azúcares morenos, de boinas morenas. Y los muertos. Con el hambre colgando de las tapias. Las mujeres con pañuelos negro talibán en las cabezas. La tristeza sentada en las esquinas. La pena provocando como una prostituta. Uno lleva muchos lutos en la sangre.

Cuarenta años de muertos en la soledad de camas femeninas. Enterrados en los sótanos de la memoria. Madres, padres, hijos. Cada uno con sus muertos silenciados, con un dolor estriado por los adentros. Sin otro cementerio que las espigas de mayo.

Cuarenta años de muertos ensalzados. Mármol negro sobre iglesias blancas. Cada pueblo con su cuota de gloria. Caídos por Dios y por España. Caídos, no tronchados, no derrotados. Con claveles cada uno de noviembre. Tumbas condecoradas, calientes de cara al sol, curtidas de montañas nevadas. Correajes gloriosos. Bigotitos delgados. Cabezas con fijador. Porque entre el fijador y la boina se marcaba la diferencia de vencedores y vencidos.

Cuántos muertos por la sangre. Hasta el veinte de noviembre. Fue el último muerto derrumbado de una guerra sin sentido, como todas las guerras. En su cama. Entubado de fría madrugada para que España respirara un otoño de sables erectos. Después vino el granito rectangular taponando imposibles tejerazos.

Pero surgen los nuevos dictadores de la sangre. Y otra vez los matorrales del odio pisando los claveles del camino. Hemos vuelto a tener sillas vacías en tantas navidades enlutadas. Hemos ido acunando los recuerdos, conviviendo con ellos, sin acostumbrarnos a funerales cuajados de silencio.

Y de repente, cuando uno es casi un recuerdo de sí mismo, alguien decide no matar. Y se nos llenan de rosas las palabras. Y nos tomamos una copa con la vida. Y nos bebemos los ríos brindando con la luna. Sin odios en la memoria. Sin lutos los árboles. Banderas blancas sin crespones. Sin amaneceres a media asta.

Hermosa la paz. Hermosos los labios de la paz. Hermosa la piel de la paz. Menos para ciertas manos ásperas, para ciertas almas arrugadas, para seres despechados, herederos de aquella tristeza de Plaza de Oriente, que enfundan en correajes pistolas blancas, blancas pero pistolas, con silenciadores de falsa inocencia, de recuerdo venerable hacia las víctimas, pero que descerrajan la paz, cuando la paz quiere ponerse pulseras enamoradas.

“El proceso de paz tiene que terminar mal necesariamente”, dice Zaplana. “ETA y Zapatero serán los únicos responsables ante una posible víctima,” asegura la GEES. “El alto el fuego es una farsa”, afirma Vidal Cuadras”. “El gobierno se achica y ETA se crece”, constata Rosa Díez. Y Aznar, cruzado medieval. Y Aceves, envuelto en atochas negros. Y Rajoy, Papá Noel del catastrofismo, repartiendo añoranzas. Y Alcaraz, mendigando ser ujier vitalicio de oscuros cementerios.

Cuánta pena de nuevo por la sangre, cuando uno aspira sólo, tan sólo, a soñar con la paz, con la piel luminosa de la paz.





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