jueves, 28 de marzo de 2013


GRIS MARENGO




Todavía la siguen llamando joven. Treinta y tantos años ya, camino de esa edad madura que embellece las formas, que engalana los ojos, que decora los labios. Pero algunos se refugian en Rubén, en la juventud divino tesoro, para negarse a adelantar camino y verla hermosa para amarla sin reparos, con pasión desbordada, sin miedo a estupros punibles.

Treinta y tantos años. Aceras con geranios, libertad en las solapas, agilidad para vivir dándonos la mano, edificando futuro, olvidando un pasado de botas y sables, de tiros en la nuca, de tapias de cementerios blancos. Democracia empezamos a llamarle, a estrenar derechos, leyes que protegían sin encorsetar, capacidad de decidir sin coacción, terminando en amistad lo que fue enfrentamiento. La guerra terminó en mil novecientos setenta y cinco. La enterramos en la sierra madrileña, bajo una cruz que ampara a los del bando bueno. Le bastó a los otros con cunetas camineras, con huesos amontonados en la solidaridad fecunda de la muerte.

Dicen que hubo hambre, mucha hambre. Cartillas de racionamiento que hacían del pan, del aceite, del arroz un corralito cercado de amenazas y estraperlo. Que se enriquecieron los traficantes de la angustia, los especuladores de estómagos vacíos, los delincuentes de misa de doce. Dicen que el miedo encarcelaba la libertad de expresión, de pensamiento, de comunicación. Dicen que se desconfiaba del que tomaba café cerca de ti. El vecino del cuarto era tal vez de la político-social. Cuando alguien gritaba su dolor era un enviado de Moscú. Las reuniones culturales, hordas judeomasónicas. Reinaba el Sagrado Corazón, se atacaba la moral del régimen acariciando los pechos de la novia, los obispos dictaban las leyes en un pseudo parlamento y la Plaza de Oriente era la urna grande que aclamaba al caudillo como mesías victorioso, ungido por el papa de Roma, palio que amparaba la cruzada santa que derrotó al marxismo imperante. Presos de carabanchel, disparos al amanecer, ejecuciones bendecidas con tiros de gracia e indulgencia plenaria.

Existió esa España en blanco y negro. Plomo oscuro. Mediterráneo de luto. Montes de muslos opacos. Sol de camisa azul marino. Prietas las filas, Montañas nevadas. Pañuelos de recuerdo eterno por los que cayeron por Dios y por España. Mujeres preñadas de nostalgias. Silencio al atardecer calentando vidas uniformadas. Y aquella luz de El Pardo, vigía de Occidente, como un candil siniestro. Aquella España era España de vencedores y vencidos hasta que terminó la guerra en mil novecientos setenta y cinco, veinte de noviembre.

 Y aquel día nació la democracia. Había sido soñada, deseada como una amante para siempre. Pensar, escribir, leer. Hermano el enemigo. Un parlamento ancho como una plaza grande de pueblo. Ciudadanos los que fueron súbditos. A caminar. Despacio, para que no se rompiera entre las manos. Carrillo y Fraga, Felipe y Marcelino Camacho, Redondo y Fernando Suárez, Moncloa y Zarzuela. Treinta y tantos años. Algunos la siguen llamando la joven democracia.

Fue otro estilo. Luchamos por una vivienda. Los jubilados tenían derecho a serlo y a vivir el gozo etimológico de su vejez. La enfermedad estaba amparada por una sanidad universal. El amor era patrimonio del corazón y no sólo del sexo. Ser mujer era un derecho y el cuerpo una propiedad irrenunciable. El techo, el trabajo se reconocieron eran una tarea para todos. Supo el pueblo lo que era bienestar y ser  dueños de aquella parcela.

Hoy hay seis millones de parados. Tres millones de españoles están bajo el umbral de la pobreza. Se instala una sanidad para ricos y casas de socorro para pobres. La enseñanza para quien pueda pagarla. Se les hurtan a los funcionarios sus pagas extraordinarias. Se priva de un techo a cientos de familias. Se suicidan algunos porque no quieren entregarse al egoísmo bancario. Se le llama terroristas a los que exigen sus derechos. Los antidisturbios son más importantes que los mecánicos. Se sustituye el trabajo por el despido. No se indemniza, se da una limosna como recuerdo. A los dependientes se les niega una mano que empuje la silla. Se suprimen tratamientos, vacunas, asistencia sanitaria porque son caros. La ciudadanía es un déficit, una prima de riesgo, una balanza de pagos. Los del pincho de tortilla deben pagar la langosta de algunos. Gallardón expropia a la mujer de su cuerpo. Fátima Báñez prefiere rezarle a la Blanca Paloma que exigirle colaboración a la CEOE. Montoro proclama una amnistía para los bárcenas mientras indaga el IVA de un comerciante de alpargatas.

España ha perdido color. Vamos camino de aquel tiempo. A lo mejor estamos ya en él. Gris marengo pero con corbata. Descolorido país. Oscuro nuevamente. Nuevamente triste como entonces. Cuando todos somos ETA porque algunos no saben vivir sin un terrorismo por lo menos venial.

Nos están secuestrando la alegría. Otra vez el plomo gris marengo de la tristeza. Otra vez el ayer cuando estaba prohibido existir con dignidad en los ojos.

viernes, 22 de marzo de 2013


TRES MILLONES




“Ya ha pasado lo peor de la crisis” “Vamos saliendo del túnel” “Hay esperanza en el horizonte” Palabras huecas que pronuncian los gobernantes para anestesiar la conciencia crítica de los ciudadanos, una prórroga del miedo narcotizante que mata el grito, la rebeldía, la indignación. Empinamos la existencia, calzamos tacones a la desesperanza y nos asomamos a una tapia  para tocar un futuro invisible porque la mentira organizada nos promete que está ahí, tras la visión de un Rodrigo de Triana, desbrozador de nubes.

¿Pero quién incorpora  estas frases manidas, huecas, preñadas de inercia política?  ¿Los que han soportado la crisis sobre sus hombros o los que se han lucrado con ella convirtiéndola en una estafa? Porque la compra del morcillo para un cocido o de un ferrari último modelo ha marcado el abismo histórico, el desgarro siempre programado  entre ricos y pobres. 508 millones de euros confiesa haber ganado el presidente de Mercadona, un empresario mostrado por algunos como modelo y que recomienda que para salir adelante deberíamos trabajar como los chinos, es decir, con salarios mínimos, sin vacaciones, con pocas horas  de descanso. Conseguiríamos así que unos pocos coleccionaran millones a costa de que algunos no tuvieran ni tiempo ni ganas de acariciar un vientre o recorrer unos labios. Es el neoliberalismo más puro que se afianza sobre las espaldas de una mayoría para beneficio de una minoría porque así lo imponen las leyes naturales, las del mercado y hasta la enseñanza de la historia.

Tres millones de españoles viven en la más absoluta pobreza. La miseria hace cola en las oficinas del INEM, en los puentes con sueños desahuciados, en los comedores de cáritas, en los contenedores de los supermercados, en las morgues donde se ha muerto de pena la pena. Manos de ladrillo rotas, percebeiras con espuma entre los ojos, estudiantes de portátil-camareros de Alemania, parados petrificados como estatuas indecentes, vomitadas por la avaricia bancaria, por crisis diagramadas para que el hambre tenga dimensiones exactas, para que la sanidad produzca los muertos previstos por el equilibrio presupuestario, para que la educación cree talentos que iluminen microscopios de hospitales ingleses, para que los investigadores sirvan cervezas a la Alemania de Merkel.

Tres millones de pobres por las aceras de España pidiendo pan, sólo pan, porque están hartos de palabras, de promesas electorales, de empleo para todos, de pensiones revalorizadas, de hospitales públicos nunca privatizados, de ayudas a parados, de empuje a emprendedores, de investigación y desarrollo para ahondar en el misterio de la vida, de enseñanza gratuita y becada para que no se pierda un solo talento. Y así, palabra sobre palabra, promesa sobre promesa hasta la desesperación más plena. Tres millones de pobres de la España-potencia-mundial. ¿Puede un país permitirse la miseria de tres millones? ¿Por el mercado, por el déficit, por la prima de riesgo, por haber vivido por encima de nadie sabe qué posibilidades? Tres millones de ciudadanos que no han creado la crisis que sirve de coartada para estafarlos. Porque para que la banca se rehaga de sus excesos, se carga sobre los hombros de tres millones de pobres la carencia de vivienda, de servicios sociales, de trabajo, de sanidad, de docencia, de ayuda a dependientes. Un país no sostiene su dignidad cuando permite que carezca de ella una parte importante de sus habitantes. Los gobiernos no plantan cara a unas exigencias que provienen de una Unión Europea convertida en simple mercado. Porque Europa ya no existe como unión,  es sólo una conjunción de mercaderes patrocinado por un nazismo económico que pisotea la dignidad humana, que desprecia la pobreza creada, que avanza apartando la miseria sin importarle el hambre, la carencia más absoluta de derechos, el olor nauseabundo de cadáveres amontonados en las cunetas. Los seres humanos son economía, mercado, déficit. No importa la reducción de la humanidad a simple y obscena estadística.

España de pie sobre su propio vómito. “Ya ha pasado lo peor”  “Vamos saliendo de túnel”  “Hay esperanza en el horizonte” Tres millones de pobres abrazados a su hambre, a su muerte anunciada porque farmacia es copago, porque sumar y multiplicar es un lujo, porque la universidad huele a chanel, porque la cultura es un derecho de billetera, la sanidad se resuelve en una casa de socorro, porque la justicia es caridad, porque una noche de amor desnudo es patrimonio de quien viste un armani, porque la esperanza es espera tan sólo, “porque la vida se tome el derecho de matarme ya que yo no me tomo la pena de vivir” que decía Machado exiliado.

Tres millones son un bulto sospechoso. Llamen a los tedax, dice Merkel. Parecen una amenaza y hay que desactivarlos.



martes, 12 de marzo de 2013


POPULISMO



Se trata tal vez de una definición muy elemental. Consiste más o menos en decirle al pueblo lo que el pueblo necesita oír para emerger de sus acuciantes problemas y atraer de esta forma el voto de los electores o afianzar la adhesión si ya se está en el poder. Europa tiende a llamar populistas, en el sentido más despectivo de la palabra, a ciertos mandatarios latinoamericanos señalando como exponente máximo al desaparecido Chávez. ¿Incluidos en este desprecio van los logros sanitarios, educacionales, de reparto de bienes, de alfabetización.? El populismo de esos líderes latinoamericanos se reduce malintencionadamente a palabras huecas sin cumplimiento alguno de promesas. Todo se resuelve en un discurso hueco, halagador de oídos ingenuos, destinado a engañar explícitamente al auditorio.

Hugo Chávez ha muerto y no es mi intención hacer un panegírico de su labor presidencial. Pero tampoco denigrarla. Hay voces siempre dispuestas a magullar el quehacer histórico de mandatarios que no visten de Armani, sino que nacen de una pacha mama fecunda y abrigan sus rasgos noblemente indios con ponchos multicolores de orgullo étnico.

A ese llamado populismo se le suele desnudar de toda realidad y se le obliga a entrar en conflicto con la realidad de lo enunciado como promesa permanentemente incumplida. Queda reducido a una forma conscientemente engañosa, palabra-trampa, señuelo-anzuelo que sólo pretende la pesca que conlleva la muerte de quien lo asimila para alimentar así otros horizontes ajenos a la necesidad del hambre de quien se aventura a depositar su entrega. El populismo es la espalda de la verdad, la traición al rostro hermoso de la palabra plena de contenido, de sinceridad y de futuro.

Latinoamérica está viva. Ha sabido enfrentarse decididamente a un capitalismo feroz que está rompiendo el bienestar del mundo europeo. Sus líderes han desenmascarado la estrategia del coloso del norte, le han mantenido la mirada al Fondo Monetario Internacional, han reclamado el derecho a ser los dueños de sus propias energías y materias primas, han nacionalizado empresas que nunca debieron estar en manos extranjeras. América del Norte y Europa esgrimen entonces el término populismo, lo vierten sobre las decisiones de los líderes, lo chorrean como aceite caliente que levanta ampollas en los mercados, en los grandes monopolios y se culpa a esas iniciativas de todos los males que aquejan al resto de una humanidad que se cree con derecho a un colonialismo económico. Y ya está. El populismo, en su sentido más pobre e infame, es el que ocasiona la rupturas de contratos, el decaimiento de tratados, la apropiación inesperada de unos beneficios que se auguraban seguros hasta dentro de una eternidad.

Hemos quedado en que el populismo es una estrategia nefasta para atraer el voto de los electores o el apoyo de los ciudadanos una vez llegados al poder. ¿Es sólo una prerrogativa de gobiernos de baja estofa, un tanto primitivos, sin adecuación a las reglas de los gobiernos modernos?

Pero a estas alturas del planteamiento me caben muchas preguntas. Prometer acabar con el paro o por lo menos crear tres millones de puestos de trabajo, empeñar la palabra en no subir los impuestos, adecuar las pensiones, mejorar los servicios sociales, poner en práctica una justicia más distributiva, desarrollar la educación, la investigación, mantener una sanidad envidia de los países que nos rodean, facilitar vivienda a los sin techo, procurar una justicia gratuita, rápida, universal, que paguen fiscalmente los que más tienen para nivelar la vida de los que tienen menos, concebir la política como un servicio, tener predilección por los dependientes y más pobres de la sociedad, ayudar a la construcción de un mundo más humano y humanizante, no inyectar dinero a bancos mientras la ciudadanía lo necesite, no permitir que poderes dominantes de Europa nos dicten orientaciones o modelos económicos que conlleven empobrecimiento nacional, no admitir directrices que rompan nuestro estado de bienestar, eliminar la corrupción…

Hemos oído esto hace muy poco. Todavía están los ecos de esas promesas colgados de las paredes de nuestras calles. ¿Los mercados, la herencia recibida, la deuda, la caída de la banca, la burbuja inmobiliaria, la prima de riesgo, la crisis, la coyuntura mundial, el encarecimiento de las materias energéticas, la miopía de los que precedieron en el gobierno, el déficit acumulado, la imposible sostenibilidad de las pensiones, de la sanidad, de la educación, el aumento de la edad de vida…?

¿Y si todo hubiera sido el mismo populismo que algunos creían patrimonio de gobiernos de tercera, arropados en ponchos de colores?