ELLOS SOMOS NOSOTROS
Hasta una construcción gramatical tan burda tiene
sentido. Ellos no son lo ajeno, lo alejado, sino que son el nosotros, son
nuestra totalidad.
Matas, Fabra, Rato, Bárcenas, Aguirre, Bankia, Gürtel
no forman una unidad viva, separada y al margen de quienes hoy gobiernan. Decir
que se da la cara con la pretendida falacia de que han sido desterrados de sus
filas, ignorando su existencia, olvidando que se presumió de su pertenencia a
las propias filas, de que eran orgullo de la organización, es subestimar la
memoria de quienes hemos sufrido que nos restregaran por la cara la grandeza
del propio partido en comparación con
todo lo que emergiera alrededor de ese tronco vital que tantos momentos de
gloria ha dado a la patria. Hoy Mariano Rajoy se esfuerza en dejar claro, junto
a María Dolores Cospedal, que hay una distancia infinita entre esas personas
(nadie se atreve a pronunciar nombres) y la propia historia del Partido
Popular.
El ser humano es un ser-en-el-tiempo. Por tanto, yo
soy el yo que me hace el presente junto al ayer que fui y el mañana que seré si
llego a ser. Pretender la fractura de cualquiera de las partes hace que
desaparezca el todo. Tal vez por eso estemos presididos por un muerto
(político) llamado Rajoy y por un conjunto de cadáveres que forman la dirección
del Partido que sustenta al gobierno. España huele a tanatorio, a ese
repugnante spray que espolvorean para
que no nos llegue el olor a cadáver que invade las paredes. España huele mal.
La democracia se nos descompone entre las manos. Las alcantarillas apestan. Y
se nos pudre la confianza que tanto nos costó recuperar y que parimos con un
dolor de cuarenta años y mucha sangre en el parto. Los ciudadanos se alejan de
los políticos porque no soportan el hedor. Los más altos dirigentes que han
sido y son alejan a los electores por el simple hecho de su cercanía. No
soportamos en tiempo electoral los besos a los niños, a los viejos, a los
negros a los que se ha despreciado legalmente, a los inmigrantes a los que se
ha dejado sin sanidad y cuya muerte en las fronteras se ha legalizado. No lo
soportamos porque manchan, porque dejan una huella de materia descompuesta.
El ser humano tiene capacidad de equivocarse. Por eso,
si quiere seguir viviendo en la comunidad, debe pedir perdón y reconocer su
fallo. Nuestros políticos no están preocupados por la corrupción, sino porque
esa corrupción, imposible de esconder, les reste votos. ¿Qué hacen
entonces? Proclamar que luchan
titánicamente contra ella y sobre todo hacer ver que los corruptos son un
accidente sobrevenido, casos aislados, una epidemia que se desarrolla más allá
de las tapias de su casa, pero nunca en el salón de la propia vivienda. Y se
niega con una despreciable desfachatez que tal cosa suceda. En todo caso es
herencia de la que nunca logran zafarse para asumir la propia responsabilidad.
Y cuando uno los ve en la tribuna de oradores
proclamando los logros económicos, la elaboración de una legislación que
mejorará la vida de los españoles, acusando a los demás, comparando el robo de
cuarenta millones de euros con la rectificación de 300 en una renta mal hecha,
se hunde la confianza. Cuando INDA dice que Monedero es el Bárcenas de Podemos,
que con su “desfalco” se podían haber construido hospitales, aumentar las becas,
mejorar la situación de los parados, uno siente el vómito caliente en las
entrañas. Ni justifico a Monedero ni alabo a Podemos, pero repugna oír
semejante comparación. Cuando Marhuenda tacha de ignorantes a todos los que le
llevan la contraria, cuando niega la evidencia de la realidad, uno cae en la
cuenta de que la podredumbre no está lejos de ciertos periodistas.
Si algunos tuvieran dignidad se exiliarían y se
cambiarían la cara y el alma mediante cirugía estética para que nadie nunca más
les reconociera. O se esposarían las manos atrás y se presentarían
en la puerta de
una cárcel pidiendo ingresar voluntariamente.
Pero no es así. Pretenden alejarse de la podredumbre
ignorando farisaicamente que la podredumbre son ellos mismos.
Ellos somos nosotros. Y que los académicos de la
lengua me perdonen.