miércoles, 8 de octubre de 2008

PREVARICACION POLITICA

Cuando uno quiere hablar o escribir sobre el bien o mal llamado proceso de paz, tiene que empezar proclamando que es profundamente antiterrorista y que alberga en su interior la memoria digna y dolorosa de las víctimas del terrorismo. Y cuando después de terminar tu exposición o tu artículo alguien te interpela, lo primero que te va a echar en cara es que estás a favor de ETA y que estás despreciando el recuerdo de los que cayeron bajo sus balas asesinas. Y te siente entonces impotente, insultado e incomprendido.

Cuando fue el grito contra la guerra de Irak, Aznar argumentaba que quien no estaba a favor de la guerra estaba a favor de Sadam. Las simplificaciones siempre benefician a los mismos. En otros tiempos se era franquista o se era comunista. ¿Se acuerdan?

Hoy la cosa se ha complicado: pese a proclamar que se está contra el terrorismo y que se siente un profundo amor a las víctimas, nos encontramos que intencionadamente son retorcidas esas manifestaciones. Todo el que está a favor del diálogo que nos puede llevar a la paz está en contra de los que han sufrido y a favor del terror. Aznar, de forma repugnante, ha proclamado que el Presidente Zapatero camina junto a ETA y que ha conseguido que la muerte de las víctimas no sirva para nada. Aceves ha gritado que el proyecto de ETA y el del Presidente son idénticos. Rajoy ha hablado de traición a los muertos. Se han negado los contactos con el grupo terrorista en el 98. Se menosprecia la memoria de los españoles y se minusvalora el valor de las hemerotecas.

¿Se pueden hacer afirmaciones como las anteriores desde la sinceridad? ¿Desde la honestidad política? Negar conscientemente la veracidad de una situación es, jurídicamente hablando, prevaricación. Y a la repugnancia que produce en cualquier español de bien la actitud de Aznar, Aceves o Rajoy hay que añadir la maldad de esa prevaricación.

No se trata de defender una postura política desde la sinceridad y la coherencia. Se trata de sembrar el odio y la división entre las gentes de buena voluntad. Y esto es no propio de políticos honrados sino de terroristas de nuevo cuño.

Debemos ser claros para no acompañar a nadie en esa prevaricación. Basta de prostituir una palabra que es el pan que alimenta una democracia sana y digna de ese nombre.

Y a la sombra de tanta prevaricación, el silencio cómplice de una Jerarquía que sólo aboga por una uniformidad, que no unidad, de una España nacional-católica ajena al quehacer liberador del evangelio. A Algunos nos tocó vivir un régimen totalitario deformador de la realidad vital y una moral farisaica consecuencia de doctrinas realmente aberrantes. Salimos de aquella situación a golpe de esperanza. Y uno, tal vez ingenuo impenitente, se sorprende de volver a encontrarse en similar situación.

Tendremos que buscar la paz con el terrorismo evidente. Es triste que tengamos que buscar la paz con un terrorismo soterrado.

Ahí queda la palabra para saciar el hambre antigua de un pueblo que cree en ella.


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