La repugnancia es una reacción defensiva para alejarnos de algo sumamente desagradable, para impedirnos su visión y aún más su ingesta. La repugnancia es buena en sí misma porque levanta un muro entre aquello que podría hacernos vulnerables y nuestro instinto de bienestar, incluso de supervivencia. Defendidos por ese cordón sanitario, podemos seguir haciendo camino con la dignidad, la alegría, la libertad y el riesgo que significa ser humano.
Conocí a Antonio Burgos cuando el franquismo ondeaba en la Giralda, Sierpes y Sagasta. Se pavoneaba por Sevilla, siempre guapa, incluso con franquismo en el alvero de la Maestranza. Le saludaban Utrera Molina y Juan Filosía. Algunos, desde el escondite del miedo, ya teníamos que taparnos la boca porque la repugnancia nos ponía de pié el estómago. Ya prefería sus gatos a Pasionaria y publicaba sus artículos gloriosos en un ABC que a mí me llamaba perro ladrador por negarme a rendirle honores a Carrero Blanco. Hoy los jazmines y el azahar ejercen la ciudadanía libre en el Patio de los Naranjos.
El pueblo trajo un día la democracia y la plantó sobre una losa de granito en la Sierra madrileña. Y la libertad que algunos conquistaron la disfrutaron todos. Pero siempre queda quien añora el asco y necesitan revolcarse en su propio vómito. Quien se aprovecha de lo conseguido por otros para tratar de ahogarlos en su miseria. Y ahí está la emisora episcopal. Náusea convulsiva mañana tarde y noche. Blandiendo báculos contra la homosexualidad. Celebrando cumpleaños junto a destructores ilegales de Irak o Palestina. Confundiendo mitras con bombas de racimo. Los federicos, las cristinas, las isabeles, los pedros, los nachos y luises, los césares, los roucos, los sebastianes, los gascó.
Menos mal que los identifica la repugnancia, nos previene y nos vacuna contra la peste mortal de cada día.
La ternura es un temblor nacido en los sótanos del alma. Un escalofrío de la sangre. Un anciano con su mapamundi de caminos hechos paso a paso. Un niño sembrando espigas para comerse limpiamente el futuro. Una mujer encinta, compendio de la existencia. Mujer con su hijo dándole la mano a una bandera. Sin patriotismos excluyentes. Una mujer prestando el hombro para que lloren los hijos de otras mujeres muertas por hombres que hicieron puñales de los besos. Siento ternura. Y me revolotean palomas por las ramas de la sangre. Y siento el orgullo de lo humano y humanizante, de este quehacer conjunto, creador, de esta libertad enamorada.
Necesitamos sembrar ternura para que la repugnancia se suicide en su propio asco.
Conocí a Antonio Burgos cuando el franquismo ondeaba en la Giralda, Sierpes y Sagasta. Se pavoneaba por Sevilla, siempre guapa, incluso con franquismo en el alvero de la Maestranza. Le saludaban Utrera Molina y Juan Filosía. Algunos, desde el escondite del miedo, ya teníamos que taparnos la boca porque la repugnancia nos ponía de pié el estómago. Ya prefería sus gatos a Pasionaria y publicaba sus artículos gloriosos en un ABC que a mí me llamaba perro ladrador por negarme a rendirle honores a Carrero Blanco. Hoy los jazmines y el azahar ejercen la ciudadanía libre en el Patio de los Naranjos.
El pueblo trajo un día la democracia y la plantó sobre una losa de granito en la Sierra madrileña. Y la libertad que algunos conquistaron la disfrutaron todos. Pero siempre queda quien añora el asco y necesitan revolcarse en su propio vómito. Quien se aprovecha de lo conseguido por otros para tratar de ahogarlos en su miseria. Y ahí está la emisora episcopal. Náusea convulsiva mañana tarde y noche. Blandiendo báculos contra la homosexualidad. Celebrando cumpleaños junto a destructores ilegales de Irak o Palestina. Confundiendo mitras con bombas de racimo. Los federicos, las cristinas, las isabeles, los pedros, los nachos y luises, los césares, los roucos, los sebastianes, los gascó.
Menos mal que los identifica la repugnancia, nos previene y nos vacuna contra la peste mortal de cada día.
La ternura es un temblor nacido en los sótanos del alma. Un escalofrío de la sangre. Un anciano con su mapamundi de caminos hechos paso a paso. Un niño sembrando espigas para comerse limpiamente el futuro. Una mujer encinta, compendio de la existencia. Mujer con su hijo dándole la mano a una bandera. Sin patriotismos excluyentes. Una mujer prestando el hombro para que lloren los hijos de otras mujeres muertas por hombres que hicieron puñales de los besos. Siento ternura. Y me revolotean palomas por las ramas de la sangre. Y siento el orgullo de lo humano y humanizante, de este quehacer conjunto, creador, de esta libertad enamorada.
Necesitamos sembrar ternura para que la repugnancia se suicide en su propio asco.
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