Me alegró el alma su risa. Nunca la hubiera adivinado. Tan concentrado en sí mismo, tan hosco, tan habitante de sus adentros que apenas se le quedaba fuera un bigote rotundo, horizontal, de bronce negro. Y de golpe lo tenía enfrente, con una risa amplia, enorme, regurgitando alegría por todos los poros del cuerpo. Sentado en el suelo como un colegial en día libre, como un reserva dispuesto a saltar al campo y realizar chilenas imposibles, como quien acaba de beberse el pasado en la copa suprema del campeonato. José María Aznar se reía como tal vez nunca lo había hecho porque le crecía una extraña alegría por los pies, por los costados, por su corazón de gaviota estilizada.
Subió al atril de oradores, se arregló la corbata, se abrochó la chaqueta y los labios y se transformó en oráculo de dioses caducados: su gobierno nunca negoció con ETA. Sólo preguntó si la banda terrorista estaba dispuesta a rendirse y entregar las armas. Fue un gesto que enalteció al gobierno que presidía y dignificó a todo el pueblo español. Y como la respuesta fue negativa, cada uno a lo suyo: ETA a matar y él a seguir luchando por la paz. Una actitud absolutamente distinta a la de Rodríguez Zapatero: actitud de entrega, de bajada de pantalones, de rendición, de cobardía, de humillación de un gobierno y de todo el país. Ahí radica la diferencia.
Igual sucedió en el terreno de las autonomías: El se atuvo a lo mandado por la Constitución, aunque nunca estuvo de acuerdo con ella, y mantuvo a España Una, Grande y Libre. Ahora España se desmembra, se atomiza, se federaliza. España deja de serlo para convertirse en nadie sabe qué. Ahí está la balcanización, el enfrentamiento. Unas comunidades deberán boicotear a otras, habrá que exhibir firmas y más firmas contra una Cataluña que proclama que no quiere la independencia para obligarla a que la exija. Cosas que sólo pasan con un gobierno que las provoca para que sucedan y que contrastan con la serenidad de quien habla catalán sólo en la intimidad cuando los besos suenan como burbujas de cava.
Y en política exterior hemos llegado al vértice de la degradación. Tenemos un lugar aceptable en Europa. Nos estrechan la mano los líderes de Alemania y Francia. Pero defendemos la posibilidad de que los indígenas en América Latina elijan a otros indígenas y estos lleguen a ser Jefes de Estado. Y queremos vender tecnología a líderes que no usan corbata y no han pasado por el gimnasio y la manicura.
Y sobre todo no vamos del brazo del Jefe de Imperio. Del hombre al que España no quiso ayudar a invadir Irak, aunque Aznar y su grupo político no dudaron, para sacar a España del rincón de la historia, en brindarle un amor prostituído y proxeneta porque iba contra la voluntad expresa de la mayoría. Zapatero no se ha enfangado los pies con la sangre que brota del despacho oval (todo se andará porque la política es la política) ni ha degustado puros con sabor a bomba de racimo que expande muerte y destrucción en los pueblos ocupados.
Zapatero no tiene derecho a dialogar con ETA porque Aznar no lo hizo. No tiene derecho a sacar las tropas de Irak porque Aznar las metió. No tiene derecho a pensar con independencia de Bush porque Aznar ha hipotecado con él su pasado y su presente. Y sin Aznar, España no existe.
Al final uno se pregunta: ¿Por qué se reiría Aznar?
Subió al atril de oradores, se arregló la corbata, se abrochó la chaqueta y los labios y se transformó en oráculo de dioses caducados: su gobierno nunca negoció con ETA. Sólo preguntó si la banda terrorista estaba dispuesta a rendirse y entregar las armas. Fue un gesto que enalteció al gobierno que presidía y dignificó a todo el pueblo español. Y como la respuesta fue negativa, cada uno a lo suyo: ETA a matar y él a seguir luchando por la paz. Una actitud absolutamente distinta a la de Rodríguez Zapatero: actitud de entrega, de bajada de pantalones, de rendición, de cobardía, de humillación de un gobierno y de todo el país. Ahí radica la diferencia.
Igual sucedió en el terreno de las autonomías: El se atuvo a lo mandado por la Constitución, aunque nunca estuvo de acuerdo con ella, y mantuvo a España Una, Grande y Libre. Ahora España se desmembra, se atomiza, se federaliza. España deja de serlo para convertirse en nadie sabe qué. Ahí está la balcanización, el enfrentamiento. Unas comunidades deberán boicotear a otras, habrá que exhibir firmas y más firmas contra una Cataluña que proclama que no quiere la independencia para obligarla a que la exija. Cosas que sólo pasan con un gobierno que las provoca para que sucedan y que contrastan con la serenidad de quien habla catalán sólo en la intimidad cuando los besos suenan como burbujas de cava.
Y en política exterior hemos llegado al vértice de la degradación. Tenemos un lugar aceptable en Europa. Nos estrechan la mano los líderes de Alemania y Francia. Pero defendemos la posibilidad de que los indígenas en América Latina elijan a otros indígenas y estos lleguen a ser Jefes de Estado. Y queremos vender tecnología a líderes que no usan corbata y no han pasado por el gimnasio y la manicura.
Y sobre todo no vamos del brazo del Jefe de Imperio. Del hombre al que España no quiso ayudar a invadir Irak, aunque Aznar y su grupo político no dudaron, para sacar a España del rincón de la historia, en brindarle un amor prostituído y proxeneta porque iba contra la voluntad expresa de la mayoría. Zapatero no se ha enfangado los pies con la sangre que brota del despacho oval (todo se andará porque la política es la política) ni ha degustado puros con sabor a bomba de racimo que expande muerte y destrucción en los pueblos ocupados.
Zapatero no tiene derecho a dialogar con ETA porque Aznar no lo hizo. No tiene derecho a sacar las tropas de Irak porque Aznar las metió. No tiene derecho a pensar con independencia de Bush porque Aznar ha hipotecado con él su pasado y su presente. Y sin Aznar, España no existe.
Al final uno se pregunta: ¿Por qué se reiría Aznar?
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