El Gobierno de España quiere ayudar, aunque sea minimamente, a cada niño que nazca en este país. Y comienza entre los políticos la discusión: ¿retroactividad de la ayuda? ¿Debe tenerse en cuenta la renta familiar o ha de ser una ayuda universal? Y empieza la puja electoral a ver quién da más. Y se intenta enfrentar el criterio del Ministro de Economía y el del Presidente. Y las opiniones se dividen como corresponde a un país democrático donde opinar es un derecho incluso sobre los temas aparentemente tabúes que nos circundan.
Pero nadie había hecho un diagnóstico sobre el origen santo o pecador de cada niño y en consecuencia sobre su derecho a la percepción de la ayuda. Según la Constitución, no puede darse discriminación por razón de sexo, ideología política, religión, etc. Pero no todos están de acuerdo después de treinta años de normalidad democrática en la igualdad de los españoles. Martínez Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal, asegura que no debe prestarse esa ayuda a los niños concebidos en pecado por madres solteras. De manera que a la hora de solicitar esa ayuda habrá que aportar un certificado, que supongo expedirá el propio portavoz, que garantice que la criatura fue concebida en un lecho santificado por el sacramento matrimonial y no en una pradera llena de flores pecadoras que incitaron a la pareja a una relación que es una aberración porque así lo dictaminan los Obispos que saben mucho de leyes canónicas pero bastante poco de aquello que San Pablo puso como raíz única del cristianismo: el amor.
Martínez Camino es un ser clónico de Torquemada. Como Cañizares, como Rouco, como tantos Obispos que hacen de su ministerio un catastrofismo continuo, como quien se alegra de que todo en este país vaya mal. La Iglesia vive en una perpetua rebelión contra el amor. De tanto refugiarse en lo divino han terminado por despreciar lo humano, ignorando que el cristianismo es enormemente antropocéntrico porque hasta el Dios bíblico se hizo hombre para convivir con la pena y la alegría de serlo. Dios aprendió a ser hombre a lo largo de la historia hasta que consiguió una plenitud humana.
Martínez Camino no tiene costumbre de amor. Y no acepta ese niño engendrado en una pradera de flores pecadoras, con rosas laicas, con claveles ateos. Que alguien le traiga un ramo de alegría para que entienda que toda madre es un planeta de gloria, que las madres-pecado ya fueron redimidas y que María de Magdala no está bajo la jurisdicción de un alzacuellos blanco. Más allá de la ley está el amor, como realidad otorgada a la pobreza ontológica de lo humano.
Pero nadie había hecho un diagnóstico sobre el origen santo o pecador de cada niño y en consecuencia sobre su derecho a la percepción de la ayuda. Según la Constitución, no puede darse discriminación por razón de sexo, ideología política, religión, etc. Pero no todos están de acuerdo después de treinta años de normalidad democrática en la igualdad de los españoles. Martínez Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal, asegura que no debe prestarse esa ayuda a los niños concebidos en pecado por madres solteras. De manera que a la hora de solicitar esa ayuda habrá que aportar un certificado, que supongo expedirá el propio portavoz, que garantice que la criatura fue concebida en un lecho santificado por el sacramento matrimonial y no en una pradera llena de flores pecadoras que incitaron a la pareja a una relación que es una aberración porque así lo dictaminan los Obispos que saben mucho de leyes canónicas pero bastante poco de aquello que San Pablo puso como raíz única del cristianismo: el amor.
Martínez Camino es un ser clónico de Torquemada. Como Cañizares, como Rouco, como tantos Obispos que hacen de su ministerio un catastrofismo continuo, como quien se alegra de que todo en este país vaya mal. La Iglesia vive en una perpetua rebelión contra el amor. De tanto refugiarse en lo divino han terminado por despreciar lo humano, ignorando que el cristianismo es enormemente antropocéntrico porque hasta el Dios bíblico se hizo hombre para convivir con la pena y la alegría de serlo. Dios aprendió a ser hombre a lo largo de la historia hasta que consiguió una plenitud humana.
Martínez Camino no tiene costumbre de amor. Y no acepta ese niño engendrado en una pradera de flores pecadoras, con rosas laicas, con claveles ateos. Que alguien le traiga un ramo de alegría para que entienda que toda madre es un planeta de gloria, que las madres-pecado ya fueron redimidas y que María de Magdala no está bajo la jurisdicción de un alzacuellos blanco. Más allá de la ley está el amor, como realidad otorgada a la pobreza ontológica de lo humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario