Se reunieron Jefes de Estados y Gobierno en una sesión solemne para celebrar el sesenta aniversario de la fundación de la O.N.U. El mundo entero supo de esa reunión. Y el mundo se sentó a esperar soluciones definitivas para los grandes problemas que tiene planteados: hambre, pobreza, urgencia de derechos humanos, posibilidades de vida digna, de cultura, de serenidad, de paz y de tantas y tantas cosas. Condenaron el terrorismo para darle una palmada servil al Imperio y al Presidente Bush. Rodilla en tierra, le brindaron colaboración y pusieron a su disposición una parte generosa de sus respectivos presupuestos nacionales. Ofrecieron hombres suficientes para mantener el orden mundial, la paz duradera y terminar con el eje del mal que destruye torres gemelas, trenes madrileños y metros londinenses.
Pero nada dijeron de su propio terrorismo (alguna vez habrá que llamar a las cosas por su nombre) que diseña el hambre, la pobreza, que incumple los derechos humanos preñando de guantánamos la cintura del mundo, estallando la paz para que prospere el negocio de las armas. Los gobiernos invitados al cumpleaños de la O.N.U. no supieron (en realidad no quisieron) dar soluciones a los problemas que ellos mismos crean.
Africa se nos muere. Tal vez ya esté muerta. Los españoles la tenemos a tiro de piedra. Incluso alguien dijo que comenzaba en los pirineos y fue como si nos hubieran apuñalado en el centro del honor. Pero de verdad que hasta España llega el olor de tantos muertos, de tantos niños amontonados en la soledad, de tanta mujer sentada en la desesperación. Desde España es fácil detectar la esperanza desesperanzada, la ilusión desilusionada, la vida amortajada.
Y Africa llama a Europa, su compañera de cercanía, a través de nuestras ciudades sureñas. En la viñeta de un periódico aparecían dos niños. “Para comer pan tengo que cruzar la acera”, decía un niño español. “Yo, le respondía un chaval africano, para comer pan tengo que cruzar el Estrecho” Y a veces para intentar cruzar esos pocos kilómetros de mar han tenido que recorrer medio continente o el continente entero. Africa se pone de puntillas, construye escaleras de ilusiones, elige la luna como cómplice e intenta saltar a Europa apoyada en los hombros de la noche. Y silban las balas, no me importa si españolas o marroquíes. Y las estrellas negras amortajan a los muertos negros. EUROPA MATA EL HAMBRE. También es comprensible. No traen nada: sólo hambre. ¿Y para qué quiere Europa el hambre? Que se la quede Africa porque es casi lo único que le permitimos tener. Es cierto que a España le trasciende el problema. Pero debería erigirse en portavoz de los que ni voz tienen para gritarle al mundo que se nos agolpa la miseria en nuestras puertas. Que no nos traigan los soldados de Irak (promesa cumplida que todos aplaudimos) para enviarlos a Ceuta y Melilla. Que se trata más bien de convertir las balas en pan caliente, los fusiles en espigas, de hacer de las bombas lacrimógenas pañuelos blancos para vendar la vida desangrada.
Esto no es demagogia. O nos abrazamos a mitad del Estrecho con las olas de testigos de una alianza, o los pobres nos impondrán la dignidad que nosotros nos hemos empeñado en aplastar.
Pero nada dijeron de su propio terrorismo (alguna vez habrá que llamar a las cosas por su nombre) que diseña el hambre, la pobreza, que incumple los derechos humanos preñando de guantánamos la cintura del mundo, estallando la paz para que prospere el negocio de las armas. Los gobiernos invitados al cumpleaños de la O.N.U. no supieron (en realidad no quisieron) dar soluciones a los problemas que ellos mismos crean.
Africa se nos muere. Tal vez ya esté muerta. Los españoles la tenemos a tiro de piedra. Incluso alguien dijo que comenzaba en los pirineos y fue como si nos hubieran apuñalado en el centro del honor. Pero de verdad que hasta España llega el olor de tantos muertos, de tantos niños amontonados en la soledad, de tanta mujer sentada en la desesperación. Desde España es fácil detectar la esperanza desesperanzada, la ilusión desilusionada, la vida amortajada.
Y Africa llama a Europa, su compañera de cercanía, a través de nuestras ciudades sureñas. En la viñeta de un periódico aparecían dos niños. “Para comer pan tengo que cruzar la acera”, decía un niño español. “Yo, le respondía un chaval africano, para comer pan tengo que cruzar el Estrecho” Y a veces para intentar cruzar esos pocos kilómetros de mar han tenido que recorrer medio continente o el continente entero. Africa se pone de puntillas, construye escaleras de ilusiones, elige la luna como cómplice e intenta saltar a Europa apoyada en los hombros de la noche. Y silban las balas, no me importa si españolas o marroquíes. Y las estrellas negras amortajan a los muertos negros. EUROPA MATA EL HAMBRE. También es comprensible. No traen nada: sólo hambre. ¿Y para qué quiere Europa el hambre? Que se la quede Africa porque es casi lo único que le permitimos tener. Es cierto que a España le trasciende el problema. Pero debería erigirse en portavoz de los que ni voz tienen para gritarle al mundo que se nos agolpa la miseria en nuestras puertas. Que no nos traigan los soldados de Irak (promesa cumplida que todos aplaudimos) para enviarlos a Ceuta y Melilla. Que se trata más bien de convertir las balas en pan caliente, los fusiles en espigas, de hacer de las bombas lacrimógenas pañuelos blancos para vendar la vida desangrada.
Esto no es demagogia. O nos abrazamos a mitad del Estrecho con las olas de testigos de una alianza, o los pobres nos impondrán la dignidad que nosotros nos hemos empeñado en aplastar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario