“La educación para la ciudadanía es anticonstitucional” Lo ha dicho el Cardenal Rouco Varela en El Escorial. Me alegra profundamente que el Cardenal de Madrid defienda la Constitución cuando somos conscientes de que tiene un enorme empeño en ir contra ella. Cuando nuestra suprema norma de convivencia dice que no puede darse una discriminación por razones de religiosidad o sexo, el Cardenal ataca esa Constitución porque no se adecua a sus concepciones religiosas. La Iglesia de hecho no reconoce a la mujer como sujeto universal de derechos. Esta postura del sí y del no hacen irreconciliables la invocación constitucional y su enfrentamiento con ella. La Constitución fue votada por la mayoría de los españoles, aceptada por ellos como norma suprema, aunque no dogmática, de conducta.
Es evidente que la Constitución nada tiene que ver con Los Principios del Movimiento a los que la Iglesia se sometió hasta el punto de ser jurado su cumplimiento por los Obispos propuestos para el cargo por Su Excelencia el Jefe del Estado, Caudillo de España por la Gracia de Dios. ¿De verdad se cree el Arzobispo de Madrid con autoridad moral suficiente como para impugnar la asignatura de educación para la ciudadanía, después de haberse comprometido con una dictadura infame y haber estado sojuzgado a los pies del dictador? ¿De verdad se cree el Arzobispo de Madrid en el derecho de juzgar la Constitución, y por tanto los derechos y deberes de los gobiernos, después de no haber levantado la mano para protestar contra los crímenes que se cometieron en nombre de esos principios fundamentales? ¿Qué derechos invoca el Arzobispo de Madrid cuando por acción u omisión colaboró activamente en la implantación de esos principios?
Pertenecemos a un Estado aconfesional. Nos hemos emancipado como nación soberana de una Iglesia que durante cuarenta años nos formó (nos deformó) en un código de obligaciones sin el reconocimiento de derecho alguno. Se trataba de NO revelarse contra la pobreza porque era querida por Dios, de NO evitar el dolor porque ayudaba a la salvación del mundo, de NO levantarse contra la injusticia porque sólo la justicia divina nos premiaría algún día en el más allá. Dios estaba más obsesionado con el sexo que con la falta de libertad. Imposiciones religiosas que anestesiaban las conciencia para que nadie osara discutirle al dictador.
La Iglesia hoy tiene todos los derechos que le reconoce la Constitución. Ni uno más. El Parlamento tiene todos los derechos que le reconoce la Constitución. Ni uno menos.
Necesitamos una Jerarquía dinámica, comprometida, profética. Una Jerarquía implicada en la vida real de los hombres, sin complejos de persecución, despojada voluntariamente de privilegios, sin posturas dogmáticas, con la pobreza ontológica de quien busca humildemente la verdad sin imponerla, comprometida con los valores de lo humano porque o Dios está interesado en la humanidad o carece de sentido la encarnación, porque o Dios está preocupado por el dolor de los pobres o no tiene sentido la cruz, porque o Dios está del lado de los avances del hombre o no tiene sentido la resurrección.
Veranee, Sr. Cardenal, junto al mar. A lo mejor encuentra a Jesús, prójimo supremo, haciendo camino al andar.
Es evidente que la Constitución nada tiene que ver con Los Principios del Movimiento a los que la Iglesia se sometió hasta el punto de ser jurado su cumplimiento por los Obispos propuestos para el cargo por Su Excelencia el Jefe del Estado, Caudillo de España por la Gracia de Dios. ¿De verdad se cree el Arzobispo de Madrid con autoridad moral suficiente como para impugnar la asignatura de educación para la ciudadanía, después de haberse comprometido con una dictadura infame y haber estado sojuzgado a los pies del dictador? ¿De verdad se cree el Arzobispo de Madrid en el derecho de juzgar la Constitución, y por tanto los derechos y deberes de los gobiernos, después de no haber levantado la mano para protestar contra los crímenes que se cometieron en nombre de esos principios fundamentales? ¿Qué derechos invoca el Arzobispo de Madrid cuando por acción u omisión colaboró activamente en la implantación de esos principios?
Pertenecemos a un Estado aconfesional. Nos hemos emancipado como nación soberana de una Iglesia que durante cuarenta años nos formó (nos deformó) en un código de obligaciones sin el reconocimiento de derecho alguno. Se trataba de NO revelarse contra la pobreza porque era querida por Dios, de NO evitar el dolor porque ayudaba a la salvación del mundo, de NO levantarse contra la injusticia porque sólo la justicia divina nos premiaría algún día en el más allá. Dios estaba más obsesionado con el sexo que con la falta de libertad. Imposiciones religiosas que anestesiaban las conciencia para que nadie osara discutirle al dictador.
La Iglesia hoy tiene todos los derechos que le reconoce la Constitución. Ni uno más. El Parlamento tiene todos los derechos que le reconoce la Constitución. Ni uno menos.
Necesitamos una Jerarquía dinámica, comprometida, profética. Una Jerarquía implicada en la vida real de los hombres, sin complejos de persecución, despojada voluntariamente de privilegios, sin posturas dogmáticas, con la pobreza ontológica de quien busca humildemente la verdad sin imponerla, comprometida con los valores de lo humano porque o Dios está interesado en la humanidad o carece de sentido la encarnación, porque o Dios está preocupado por el dolor de los pobres o no tiene sentido la cruz, porque o Dios está del lado de los avances del hombre o no tiene sentido la resurrección.
Veranee, Sr. Cardenal, junto al mar. A lo mejor encuentra a Jesús, prójimo supremo, haciendo camino al andar.
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