miércoles, 1 de octubre de 2008

INCLUSION – EXCLUSION

Las dictaduras son sistemas excluyentes por definición. Proclaman su verdad única, dogmática, endogámica y se deshacen de todo lo que no esté dentro de ese núcleo. Participan de las hechuras de terrorismo. Por eso, en ambos casos, se fusila en las tapias de un amanecer o se descerraja el tiro en la nuca. Estorba todo aquel que disienta para la consecución de unos fines predeterminados. Patrias grandes o chicas suelen estar en el horizonte de dictadores y terroristas. España sabe mucho de esto. Se fuerza el exilio porque la distancia da margen de maniobra y permite ocupar el espacio total de la existencia.

La transición fue, por el contrario, un período de inclusión. Sobre el granito de una tumba anquilosada, nos pusimos a diagramar nuestro futuro. Existían barreras que nos parecían infranqueables. Pero experimentamos la necesidad de discutir, de transigir, de superar, porque en el fondo era mucho lo que estaba en juego. Los republicanos admitieron una Jefatura de Estado en manos de un monarca heredado y que había jurado los principios Fundamentales del Movimiento. Los monárquicos admitieron como compañeros de viaje y constructores de nuevos caminos a grupos tradicionalmente ajenos a la corona. Y todos, alrededor de una palabra abierta de par en par, fuimos capaces de superar muchos traumas que habían durado cuarenta años. Fue el gran período de inclusión.

Por eso resulta un aviso y una llamada de atención la postura del Partido Popular tendente de nuevo a la exclusión. Rajoy convoca continuamente a los españoles “decentes”, contraponiéndolos a los “indecentes” que no participan de su visión. Los “decentes” están en manifestaciones, exigen peticiones de perdón a Polanco por manifestar una opinión contraria, decretan boicot a los productos catalanes, a los medios de comunicación de Prisa, o a Joaquín Calomarde por no estar de acuerdo con ciertas proclamas. Ana Pastor, Acebes, Zaplana, esforzados costaleros de un Aznar que sobrevuela como la gaviota popular, interpelan a los que están de su parte en una visión unidireccional de la patria enfrentándolos a todos los que roturan horizontes abiertos. Las votaciones en el Parlamento, dicen los de Génova, son contra el Partido Popular. El complejo de persecución es evidente. Aunque revela mucho más de complejo que persecución. Los dictadores no dudan de sí mismos. El actual Partido de Aznar tampoco. El dogma consiste en no dudar nunca.

Pero hay que tomarse en serio esta postura excluyente porque responde, como casi siempre, a esquemas dictatoriales. Cuando un gobierno legítimamente constituido no puede gobernar sin la anuencia del principal partido de la oposición, porque eso significa gobernar contra la totalidad del país, hay que ponerse en guardia, alejarse de las tapias de los cementerios y resguardar la nuca porque están sonando trompetas de mesías salvadores. El peligro asoma y urge implantar medidas de oxigenación si no queremos regresar a viejos tiempos.

Y cuando ese partido camina del brazo de una Iglesia por definición jerárquica, piramidal, capaz de proclamar que fuera de ella no hay salvación, todo se complica porque se añade al pensamiento político un afianzamiento religioso y se sitúa a todo el país a un paso de un fundamentalismo existencial que ha dado pésimos resultados en la historia de la humanidad.

Es urgente que todos, especialmente el Partido Popular, tomemos conciencia de que la transición no fue una etapa. El hombre es siempre un ser en tránsito, en camino hacia la plenitud de sí mismo, interrogante abierta, insatisfecha con lo ya conseguido. Hacer camino es lo nuestro, eternamente Machados.



No hay comentarios: