martes, 30 de septiembre de 2008

HABEMUS PAPAM

Papeletas de votación mezcladas con paja humedecida habrán dado la noticia al mundo: HABEMUS PAPAM. Y en esa primera persona del plural indicativo, ¿quiénes están incluidos? Al parecer, todos. Y esta es la primera sorpresa. Porque habrá mil cien millones de humanos afectados directamente por esa elección. El resto, en principio, no. Con la elección del Presidente de los Estados unidos sucede algo similar. Al mundo entero le van a condicionar las decisiones del imperio. Ninguna época, desde la Revolución francesa, se ha caracterizado tanto por la proclamación de los valores de independencia nacional. Tampoco la preeminencia de la individualidad había sido tan exigida como distintivo de la univocidad personal. Y es indiscutible que a cada nación y a cada persona le corresponden estos derechos inalienables que nadie, en nombre de nada, debe sojuzgar. Pero a todo ser humano le interpelan sus circunstancias y forman parte de su ser. Y en ese sentido a todos, lo queramos o no, lo sepamos o no, nos afecta en mayor o menor medida, la elección de un Papa.

Cuando Pablo VI acudió a la O.N.U afirmó que iba despojado de todos sus títulos tradicionales: Cabeza de una Iglesia, líder de católicos, Jefe del estado Vaticano, etc. Vengo, dijo, “como experto en humanidad”.

Hoy, cuando el hombre quiere ser más hombre, la mujer aspira a ser más mujer y todos aspiramos a ser más humanos, las manipulaciones de los grandes poderes espirituales y políticos tienden a impedirlo por motivos absolutamente inconfesables, pero que están ahí.

Yo le pediría al nuevo Papa que abandonara los añadidos acumulados por inercia secular, y asumiera con todas sus consecuencias el de “experto en humanidad”. Encabezando la búsqueda de la verdad, con el cansancio y la humildad que ello significa, y no con la certeza de poseerla de antemano. Conscientes todos de que la verdad, como utopía, contiene lo hermosamente prematuro, lo bellamente inalcanzable. Denunciando la injusticia en el mundo como el pecado fundamental por la falta de amor que entraña. Afrontando un cristianismo liberador y transformador de la realidad como signo de resurrección humana. Un cristianismo interpelado por el hambre, el sida, la opresión del poderoso, la sed física, el estómago que grita su angustia.

Esta es la auténtica teología de la liberación, cuya terminología constituye en sí misma un pleonasmo como he escrito en otras ocasiones. Porque la teología o es liberación o se convierte en opio anestesiante. Y habrá que tener la valentía de admitir que con demasiada frecuencia se ha preferido repartir opio y evitar el esfuerzo de roturar caminos.

Yo le pediría al nuevo Papa que asumiera, con todas las implicaciones que ello encarna, el VALOR MUJER. No como ayuda de, como sostén de, como apoyo de, como brazo de. Sino la MUJER COMO MUJER Y EN CUANTO MUJER. Los humanos estamos en el mundo a través de nuestro cuerpo. La percepción exclusiva del mundo a través del varón mutila la realidad. Juan Pablo II pidió perdón, menos veces de las necesarias, por algunos pecados cometidos en el pasado. Tal vez el primer arrepentimiento del nuevo Papa debería consistir en pedir perdón a la mujer por su decidida condena al ostracismo, su personificación evidente del pecado, su reducción a sexualidad estéril y por haberle negado la existencia. Hay holocaustos sangrientos que deben abolirse y sobre los que la Iglesia tiene urgencia de llanto. Sería elegante un ramo de rosas sobre tanta mujer sacrificada.

Yo le pediría al nuevo Papa que no obstaculizara doctrinalmente las investigaciones biogenéticas. La dignidad humana radica precisamente en eso: en aumentar en humanidad, en su progresividad theilardiana, en su marcha evolutiva por caminos abiertos. La ciencia es también verdad amorosa, parida con dolor y proyectada hacia una maduración siempre provisional. La ciencia es luz enamorada de toda la claridad que brota en otros ventanales de la vida. Sólo la luz, venga de donde venga, puede sustentar el futuro con garantías de identidad. El auténtico tradicionalista, dice Ortega, es el que mira al pasado en su auténtica categoría de pasado. Hay que distinguir de una vez por todas historia y pasado. La historia es un vientre fecundo. El pasado es un lastre. La historia se sigue pariendo con dolor, impregnándola de madrugadas azules hacia su fecunda plenitud. El pasado, sin más, es el meconio que todo lo mancha. El hombre se soporta y se crea al mismo tiempo en una dialéctica creadora. Es la visión del hombre que tiene Laín Entralgo como poesía y pasión. La confrontación siempre encarna lucha. Sólo el abrazo es fecundo. Sin miedos, sin vértigos. Apostando con la decisión de quien se sabe acompañado en la tarea.

El descubrimiento del pobre, de la mujer, de la capacidad científica. De los pobres porque de ellos es la revolución del mundo. De la mujer porque entonces empezaremos a percibir la realidad como plenitud no amputada. De la ciencia como apuesta por lo humano y humanizante.


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