jueves, 25 de septiembre de 2008

EL PUEBLO COMO CONCIENCIA

Un pueblo es algo más que una yuxtaposición de viviendas. Algo más incluso que un dato demográfico. Definirlo sobre la base de estos elementos es cosificarlo. Y toda cosificación excluye la historia, la amputa como superflua y detiene el devenir. El pueblo no es las afueras del hombre, los suburbios del hombre. El pueblo es ante todo lo humano como apertura, como empresa, como devenir.

Y aquí surge lo político, lo auténticamente político, en cuanto orientado hacia lo humano como destinatario último. Todo lo demás serán planificaciones del mundo para que el hombre pueda mantenerse de pié, erguido, soportando y construyendo al mismo tiempo su propio quehacer.

No invirtamos el orden: la ley, la economía, el trabajo, etc. son para el hombre. EL HOMBRE NO ES PARA NADA. Todo está es función de la humanidad o de lo contrario todo está en contra de la humanidad. Lo genuinamente político consiste en darle al hombre la posibilidad de serlo. No en brindarle cosas como quien regala una limosna. Nadie nos otorga la libertad, la anchura existencial. Cada uno la forja desde sus raíces. Absténganse los políticos de encorsetar lo humano con leyes. Destruyan toda economía cuyo horizonte sea el bienestar del mercado. Las bolsas suben aupadas en los hombros de los hambrientos. Y el trabajo debe ser una creación solidaria, porque de lo contrario se convierte en explotación.

Un planteamiento políticamente serio parte de una visión humanista. ¿No habrá que buscar en esa falta de visión el desencanto político, la indiferencia, la hartura, el poco atractivo que ejerce sobre la juventud?. Un pueblo es el reflejo de su propia conciencia, de su propio saberse, de su propio ser, de su propia aventura. Un pueblo no limita con nada. Es verticalidad, altura, utopía. ¿Por qué nos da tanto miedo la palabra utopía?. ¿No será que estamos renunciando al ruedo ancho de la luna por la circunferencia pequeña de un plato de lentejas?.


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