lunes, 8 de septiembre de 2008

EL LOBO-CORDERO

Ante la celebración del treinta y siete Congreso del Partido Socialista, muchos esperábamos pronunciamientos más rotundos y comprometidos sobre ciertos temas que no han sido abordados con valentía desde la transición. Permanecen pendientes y siempre a la espera de una decisión posterior que nunca llega. La separación decidida entre la Iglesia y el Estado, un pronunciamiento sobre la ley de plazos para el aborto y una postura clara sobre ese dolor último que es la muerte, son cuestiones que no admiten dilaciones inexcusables.

No es intención de este artículo estudiar en profundidad estas cuestiones. Sólo reflexionar epidérmicamente sobre alguna de ellas.

La separación Iglesia-Estado es un mandamiento constitucional al que todos los gobiernos democráticos han temido enfrentarse. Resulta comprensible ese temor ante un pueblo que reivindica la calle para mecer Cachorros y Macarenas y saetas de nardos sevillanos, y un pueblo cada vez más pleno de conciencia de sí mismo, de su destino independiente de un dios que todo lo predetermina y ejecuta a través de una Jerarquía anclada en el pasado, arrodillada ante dictadores infames y hermética a un dinamismo creador y humanizante.

Rouco Varela acaba de predisponer a los españoles contra un lobo feroz llamado Zapatero que intenta imponer un laicismo radical. El Obispo de Palencia asegura que en España se protege más al mono que al hombre porque “el proyecto gran simio conlleva una negación radical de la persona” Y el Obispo de Segorbe diagnostica la homosexualidad como una grave enfermedad que sólo tendrá solución si se acude a un psiquiatra católico.

El Papa, como jefe de un estado, no sólo tiene un embajador que es decano del Cuerpo diplomático, sino que acaba de nombrar Obispo General castrense al que lo era de Jerez de la Frontera. De manera que entre los uniformes de nuestro ejército figura, con categoría de General, una sotana, solideo, báculo y mitra. Y ante él, como ante cualquier otro mando, deberán cuadrarse todos los uniformados de categoría inferior. ¿Pertenece a una visión moderna de los ejércitos la presencia de un miembro destacado de la Iglesia católica, que unifica en su persona el poder militar y la humildad de la cruz? ¿Corresponde a una iglesia cristiana, supuestamente comprometida con los pobres, los abandonados, los desheredados, ostentar el generalato de un ejército pluricultural y necesariamente diverso en cuanto a conciencias individuales? ¿Tiene realmente razón Ramón Jáuregui al afirmar que no se pueden eliminar los funerales de estado porque no existe una liturgia alternativa? ¿Tan incapaces somos de crear un protocolo que honre a nuestros muertos cuando el adiós definitivo se impone? Frágil argumentación la de un hombre tan capaz como Jáuregui.

Rouco no debe sentir miedo de un lobo feroz que no pasa de ser un corderito entrañable. Ni Zapatero ni Felipe González, por hablar de Presidentes socialistas, han conspirado contra la Iglesia. El Cardenal de Madrid debería dejar de anatematizar a gobiernos democráticos, legítimamente elegidos por una ciudadanía madura, capaz de tomar decisiones creadoras de futuro, que no siente la necesidad de refugiarse en rediles protectores. Un gobierno no puede depender en sus decisiones del visto bueno o la reprobación de ninguna confesión religiosa.

Y en cuanto a proclamas como las de los Obispos de Palencia y Segorbe, que representan la mentalidad de muchos Prelados españoles, reprocharles que no hacen precisamente gala de una finura intelectual digna de tenerse en cuenta. No hablo de Obispos modernos o conservadores. Me refiero más bien a figuras intelectualmente válidas o analfabetas en temas ajenos al derecho canónico.

Acabemos, por dignidad constitucional y cristiana, con un concubinato demasiado prolongado en la historia.



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