lunes, 8 de septiembre de 2008

ALMA NEGRA

Llevaba el alma de la mano por las aceras del viento. Esquina con el viento, el mar. Y dentro del mar, la quilla. La quilla negra del hambre. El hambre negra africana. Mujeres como palmeras. Hombres cedros. Niños aprendiendo adolescencia de ébano. Vienen cayucos oscuros. Vientres preñados. Ojos llenos de horizontes. Manos fraguando trabajos. Vientres hinchados de sal. Se acercan así a Canarias. Por cercanía. Porque no llegan más allá los temblores de la fiebre que produce la espuma verde de olas. Vienen cayucos oscuros añorando mundos de pan sobrante.

La Europa rica se sienta sobre sillones de cuero para distanciarse del hambre negra que llega. Se han instalado murallas. Un día sentimos vergüenza del muro de Berlín y festejamos su caída. Hoy levantamos muros de infamia para no ver el hambre africana. Tenemos que defendernos. No de ningún ataque. No de bombas de destrucción masiva. Hay que defenderse de ese derroche del hambre que es Africa. El Africa que los colonizadores hemos creado y abandonado a su suerte. Africa no es pobre ni por designio de los dioses ni por caprichos de la naturaleza. Está en la miseria porque a ese extremo la ha conducido el mundo civilizado. Nuestro libre comercio no es libre para sus productos. No podemos consentir su sombra sobre nuestros bienes porque quedarían en muchos casos desdibujados y empobrecidos los nuestros. El mundo rico tiene que defenderse de los pobres.

Les vendemos nuestras armas para que se maten entre ellos y les damos créditos “blandos” para que puedan comprar la muerte a precio de saldo. Todo regresará a nuestras manos de nuevos ricos y seguirá así creciendo la espiral de la miseria.

Ahora estamos pensando poner buques que nos defiendan del hambre que nos llega. ¿Dispararemos contra los cayucos que se acerquen? ¿Mataremos así, de una vez, el hambre que ellos padecen y que nosotros producimos? ¿Lograremos hacer de Africa un continente del miedo, enroscado sobre sí mismo, replegado ante el pánico que le pueda causar el mundo opulento de Europa? ¿Buscamos esa meta? Si es así, deberíamos ser conscientes de la imposibilidad de lograrlo. Porque cuando el hombre se coloca en la frontera de su pobreza ya no tiene nada que perder. Ni siquiera la vida. Y entonces, a la desesperada, tendrá que seguir embistiendo por si es posible lograr un solo pedazo de pan. Llegará el momento en que los pobres no tendrán que mirar para atrás porque habrán perdido hasta la espalda. No les quedará entonces más remedio que mirar hacia delante y empujar con la rabia, con la desesperación, con la angustia que produce el abismo.

Y los ricos nos volveremos impotentes. Dichosos los pobres porque de ellos será el reino. Sin remitirnos a un cielo futuro, paradisíaco, de ultratumba. La pobreza será más fuerte que la riqueza y los pobres, por inmensamente pobres, dominarán la tierra. No hay otro dilema. La fe en el dinero es frustrante. Sólo la fe en la esperanza pobre tiene una mañana de luz y esperanza.

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