jueves, 25 de septiembre de 2008

ESQUELA


El periódico EL MUNDO publicaba hace unos días una esquela mortuoria en nombre de la amistad hispano-chilena invitando a todos a una misa por el eterno descanso del Excelentísimo Sr. D. Augusto Pinochet, Presidente de Chile y Capitán General de los ejércitos.

En parecidos términos se convocaba a los fieles a un funeral por Franco en el mes de noviembre pasado.

¿De verdad excelentísimos señores Pinochet y Franco? ¿Corresponde el adjetivo a fórmulas esteriotipos o a convencimientos sinceros? Sea como sea, resulta incomprensible que a la vista de las figuras nombradas un periódico de un país democrático exalte con esos calificativos a dos opresores, que se hicieron con el poder mediante la sublevación más abyecta y que hicieron de la muerte de sus ciudadanos el alimento más repelente. Por el contrario, España y Chile retomaron su camino hacia la libertad el día en que cada uno de sus dictadores se encontró con la muerte. La libre autodeterminación de los pueblos hace incompatible el ejercicio de la democracia y la jefatura dictatorial de una bota militar. Se dice que la República española era un caos y que el gobierno de Allende llevaba a su país a la ruina. Sin entrar a valorar la veracidad de estas afirmaciones, sí hay que afirmar rotundamente que son los propios pueblos los que pueden y deben rectificar las directrices de sus gobernantes mediante el voto libre en las urnas. Nunca está justificada la intervención militar para deshacer el camino civil emprendido por la voluntad soberana de los pueblos.
Miles de muertos, de desaparecidos, de libertades estranguladas, de exiliados. Poetas muertos al amanecer. Versos tronchados. Poemas ahogados. Aperturas cerradas. Hermetismos conseguidos. Aislamientos logrados. Desprecio internacional ganado a pulso. Asco mundial acumulado. Obra de dictadores “excelentísimos” Con tipografía grande en las páginas de un periódico en un país democrático. Dictadores despreciables encumbrados hasta catafalcos eclesiásticos que bendicen los restos aplastados por granito definitivamente inviolable. Amistad hispano-chilena, mitras blancas, incensarios apóstatas. Franco se gloriaba de morir en el seno de la Iglesia. Pinochet proclamado cristiano ejemplar. Y Dios, me lo imagino, por los caminos del tiempo, prójimo de cruz pobre, creador de historia humana, interrogante suprema, utilizado como anestesia, como opio, cómplice de caudillos ególatras, de cruzadas asesinas, de verdades absolutas y excluyentes. Estrellas de ocho puntas, glorificadas para que se ponga firmes la historia, para que se cuadren las estrellas al paso alegre de la paz. Montañas nevadas, helando las cunetas de la sangre, las cunetas del miedo, las cunetas del olvido. Y los muertos, y los huérfanos, y las viudas, y las canciones de Víctor Jara, y los versos ahorcados. Todo condecorando el pecho de los excelentísimos señores, cristianos ejemplares, fotografiados en las escuelas para moldear los horizontes educativos, para que aprenda heroicidad la chavalería, presidiéndolo todo junto al crucifijo para hacernos grandes y libres. Enmarcados ahora en la finitud negra de una esquela mortuoria en las páginas comerciales de un periódico democrático. Por los siglos de los siglos.

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