lunes, 8 de septiembre de 2008

CARTA A MARIA JESUS GONZALEZ

Señora: he leído en el País semanal el artículo de Javier Marías. E inmediatamente he sabido que el Sr. Alcaraz, ese aventajado traficante de penas, va a querellarse contra el periódico y contra el autor.

Hoy he conocido unas declaraciones suyas en La Razón en las que asegura que Zapatero le ha hecho más daño que los terroristas. El gobierno, asegura usted, debía haber evitado el atentado del 30 de diciembre. “Si no lo hizo es porque no quiso”. Este Presidente es un aliado de los terroristas y les da la mano mientras demoniza a las víctimas. Zapatero le ha causado mucho más dolor que los asesinos que la mutilaron, pero hace años que usted los ha perdonado porque son el fruto de una educación desviada. Incluso está dispuesta a perdonar al propio Presidente si cumple con una condición: dimitir. ¿Como dimitió Aznar o cualquier otro primer ministro legítimamente elegido cuando bajo su mandato hubo atentados terroristas?

Me gustaría recordarle de paso, sólo de paso, que en la manifestación del 13 de enero por la paz, la vida, la libertad y contra el terrorismo, la eché en falta en la cabecera de la misma. La busqué a usted y a su hija Irene, pero no estaban. Esos dos muchachos ecuatorianos, señora, fueron dos víctimas, inocentes y dolorosas. Descansan ahora con un cuerpo lleno de esquirlas bajo los ojos ciegos de una madre india.

No hace mucho se celebró el juicio contra los que intentaron segar la vida de Eduardo Madina. Un deportista joven. Un muchacho lúcido. Una promesa de vida. Se le murió su madre ametrallada por tanta pena. El quedó mutilado como usted, como Irene. Y ninguna de las dos estuvo en el juicio para darle un empujón de aliento a ese chaval truncado pero altivo.

En ninguno de los casos estuvo Alcaraz. Por lo visto los ecuatorianos y Madina no son comercialmente rentables. Dos extranjeros y un socialista: material de segunda. Tampoco estuvo Rajoy: la leyenda de la pancarta, argumentó, no era inteligible. Ni Acebes, cargado de atochas. Ni Gallardón, perdido por la M-30, ni Esperanza, que inauguraba rencores esa tarde.

Un día estalló Madrid. Se hizo laguna de sangre, charco de pena negra. ETA nos mutiló a todos porque todos pasábamos por allí. Estuvimos junto a usted, junto a la niña Irene, junto a las víctimas de aquella mañana crujiente de dolor. A todos los incorporamos al cariño íntimo que guardamos Íntimamente. Y a todos los seguimos acunando en los adentros del alma.

Qué pena, señora. Ningún presidente democrático desde Suárez hasta Rodríguez Zapatero ha querido evitar los atentados. Ni siquiera Aznar que lo sufrió en propia carne. Resulta incomprensible. Esos presidentes rodeados de miles de españoles se han manifestado a favor de las víctimas y contra el terrorismo en multitud de ocasiones. Pero no en todas. Si de ecuatorianos se trata es distinto. Si de Madina se trata es diferente. Hay que elegir las compañías, no vayan a contagiarnos de extranjería o rojerío.

Se va a Canadá, señora. Por dignidad, dice usted. Irene se queda entre nosotros. ¿Por dignidad? La seguiremos queriendo porque no ha hecho otra cosa que luchar por la libertad. Afirmación de madre. Cariño irreprochable de madre. Muchos, todos los demás, nos quedamos aquí por decencia y para mirar de frente al dolor y a los asesinos. No hay que perderles la mirada, como a los toros. No nos vamos porque aquí están nuestros cementerios llenos de nucas para siempre iluminadas. Y les estamos preparando un hermoso homenaje, el homenaje de una paz que todos merecemos.


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