miércoles, 10 de septiembre de 2008

CONCIENCIA EPISCOPAL

La Iglesia debiera ser un espacio de libertad. La verdad nos hará libres. Pero también es cierto que sólo la libertad nos llevará a la verdad. Porque la libertad es un estado de inquietud que no permite estancamientos. Implica búsqueda constante. Es conciencia de hondura itinerante. Dada la finitud del ser humano, la verdad tiene que estar siempre por descubrir, por alcanzar, en permanente estado de consecución. La verdad alcanzada es un premio a la muerte en cuanto conclusión definitiva y definitoria. Mientras se vive se está en peregrinación, en camino, en situación de provisionalidad.

La Iglesia, en cuanto prójima de ese peregrinar, debe ser la anchura donde se realiza la libertad buscadora. La anti-Iglesia es por el contrario conciencia cerrada sobre sí misma, sin horizontes, definida por el presente, concluida en el hoy. Sin embargo, evangélicamente hablando, la Iglesia es apertura al futuro escatológico, sin el cual, como el rico que ha atesorado todo, permanece muerta.

Los Obispos españoles, no digo la Iglesia española, pretenden taponar ese espacio de libertad con normas, con reglamentos, con actitudes que no permiten al cristiano entender su dimensión de búsqueda arriesgada, de inquietud peregrina. Todo está previamente otorgado y sólo la obediencia ciega le asegura la salvación. La conciencia episcopal es la norma suprema y fuera de ella todo es perdición. La libertad del espíritu permanece enjaulada y le es negada al cristiano de forma dictatorial.

El enfrentamiento de la Jerarquía con un gobierno legítimamente constituido no es signo de libertad, sino más bien sacrílego orgullo de quien se instala por encima del bien y del mal, de quien exorciza la historia desde un dogmatismo dictatorial. A nadie se le otorga el derecho de pernada sobre el quehacer histórico. A nadie se le entrega el monopolio de la verdad. Ni un gobierno puede ejercer el dominio de sus ciudadanos ni puede ejercer ese dominio la Iglesia. Las dictaduras estrangulan al hombre privándolo de su libertad, de su posibilidad de decisión.

La Jerarquía española ejerce su papel inquisitorial hasta la degradación suprema. Se ha echado al monte y desde allí dispara sin tregua sobre todo lo que se mueve. Y no cabe la postura que la conduce a un complejo de persecución. La Iglesia en España no está perseguida. Es más bien una furtiva que acosa a su presa hasta retorcer su derecho a construir la historia.

La Iglesia ha dejado de ser, si alguna vez lo fue, un espacio de libertad.

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