jueves, 25 de septiembre de 2008

EL OBISPO GENERAL

Navarra tenía un Obispo que exhortaba a sus fieles a votar a la falange. Fernando Sebastián había dado un giro sobre sí mismo. Sentado sobre sus setenta y siete años añoraba una derecha que había mamado y de la que nunca, pese a las apariencias, se había separado.

Fernando Sebastián se va por edad, no por falangista. Y Benedicto XVI nombra para sustituirle a un Obispo con rango de GENERAL. En un estado aconfesional como el español resulta estridente la confluencia de ambos títulos. Y los fieles no sabrán si besar el anillo episcopal o cuadrarse marcialmente ante la estrella de ocho puntas.

Uno no puede por menos que echar la vista atrás. Asomarse a los recuerdos y poner claveles negros sobre la historia. La Iglesia no acaba de despegar. Sigue afincada en palios solemnes, confundiendo custodias de Corpus toledano con generalísimos de cruzadas blasfemas. Miles de muertos, memoria aplastada, sangre colgada de tapias blancas de cementerios, cunetas-ataúdes de penas infinitas, huellas de botas bendecidas por estrellas de generales castrenses.

Benedicto XVI proclamando que fuera de la Iglesia no hay salvación. Y todo el que siente urgencias de libertad, huyendo de los generalatos, de militares pontificales, de correajes que han dejado demasiadas huellas en las espaldas de la historia.

Obispos con licencia de armas, como corresponde al rango. Obispos con charreteras, con báculos machos, con mitras para empitonar teólogos de la liberación. Cristos contra la pared. Y Obispos que disparan contra la humildad, la pobreza, la projimidad del Nazareno. No tiene cabida la cruz. Invertida en todo caso como las espadas. Obispos caquis, de guerreras a medida, con Isabel la Católica por antijudía, reconstruyendo España como Pelayos destinados en la OTAN, como cascos azules enviados a combatir las rosas laicas.

Noviembre. 1.975. El frío se nos volvió bandera de libertad. Embalsamaron la dictadura. Generalísimos de muerte por la sierra madrileña. Montes-sucursal de Plazas de Oriente. Nostalgia bajo granito. Bajo cúpulas la muerte, cumpliendo sentencias de trombos. Con añoranza entubada. Y España respirando. Pulmones de par en par. La gente tomando café con la alegría recuperada. Cuarenta años exiliada. Y ahora podíamos abrazarla, como a una novia antigua.

Y de golpe un Obispo General. O un General Obispo. Sin que se rebele Rouco. Sin que Rajoy exija la aconfesionalidad constitucional del Estado. Incorporada a filas María San Gil y el guerrillero Acebes, el Zaplana de intendencia y el chusquero de Pujalte.

Francisco Pérez González, General por la gracia de Dios. Francisco Pérez González, Obispo por el designio soberano del Capitán General Benedicto.


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