jueves, 25 de septiembre de 2008

EUROPA, ¿CRISTIANA?

Desde numerosos ámbitos católicos, y siguiendo el deseo expresado por Juan Pablo II, se exige que la Constitución Europea haga una proclamación explícita de las raíces cristianas de la Europa nueva y democrática.

Ciertamente el término “democracia” es un concepto político y no científico. Y esta afirmación deberíamos tenerla muy en cuenta en la verbalización cotidiana de la vida. Pero es igualmente cierto que el cristianismo no se deduce de la política ni de la ciencia. . Tampoco lo religioso, y más concretamente lo cristiano, engendra el dato político o científico. La secularización la explicó en estos términos y de forma clara Harvey Cox hace ya tiempo. La fe es un atrevimiento que trasciende ambas posiciones y se nutre de la donación graciosa del Tú, que es sorpresiva para el hombre y ante la que él se abre.

Deseando aportar una visión incluyente y menos dogmática de lo habitual, me permito reflexionar con la sencillez de quien busca la verdad con la angustia salmantina de Unamuno o bracea hacia el amor con la utopía luminosa de San Juan de la Cruz.

Algo es raíz de algo cuando lo contiene y es capaz de explicitarlo. Pero ni temporal ni nominalmente el cristianismo da a luz a Europa. Ni siquiera su nombre pertenece a la mitología cristiana (dicho sea le término “mito” en el sentido que le dan Bultman o Cullman). Proviene más bien de una mitologización griega y por tanto anterior, también en el tiempo, a la proclamación cristiana. El cristianismo no está para crear pueblo ni estados, ni siquiera el estado Vaticano. Pero Constantino está ahí, la historia es la historia, los acontecimientos son los acontecimientos y las cosas son como son, aunque eso no signifique que deban seguir siendo así. Todo deviene, todo llega a ser, desde Alfa a Omega. Y en el tiempo el hombre tiene sabor a muerte y resurrección, y le amarga su quehacer y le ilumina la esperanza. La conciencia de provisionalidad, de la que hablaba Gregory Baun, equivale a la conciencia de fracaso histórico de quien se asoma a la tumba sin entender la explosión luminosa de su vacuidad. Sólo desde la humildad de lo hondamente humano se puede pretender la luz gratuita de las estrellas.

Pero además, cuando se habla de las raíces cristianas de Europa, ¿de qué cristianismo estamos hablando? ¿De la bienaventuranzas o del derecho canónico? ¿De la desnudez de Francisco de Asís o de la rigidez de Torquemada? ¿De Agustín de Hipona y de Teresa de Avila o de quien no quiere ser francesa porque quiere se capitana de la tropa aragonesa? ¿De fray Bartolomé de las Casas o de los Reyes Católicos? ¿De María de Nazaret o de una Macarena que ciñe el fajín de Capitán General que le impuso Queipo de Llano? De los Obispos Romero y Pedro Casaldáliga o de los dictadores que caminan bajo palio? ¿De los que luchan por el pan y la libertad o de los generales que triunfan en cruzadas innombrables pero bendecidas. ¿De Hans Küng, Leonardo Böf, Rhaner? ¿De los que conciben la teología como liberación y por eso se les margina y persigue y proscribe o de los que imponen normas morales encorsetadas que anquilosan toda iniciativa humana? ¿No es un pleonasmo tener que hablar de una “teología de la liberación”? ¿Si la teología no es intrínsecamente liberación, no se convertirá en anestesia y opio del pueblo? ¿De los que predican a los pobres la resignación, la conformidad con lo que tienen, es decir, con su pobreza, con su hambre, con su incultura, porque ya serán saciados en el cielo, o de los que espolean el mundo con una actitud crítica contra el racismo, la opresión del hombre por el hombre, la sumisión ante el poder que unos pocos ejercen criminalmente contra una mayoría? ¿De los que condenan el sexo como pecado casi único de la humanidad con el consiguiente desprecio de los homosexuales y se hacen de rogar para condenar tibiamente las guerras, el hambre, la desigualdad? ¿De las Conferencias episcopales obsesionadas con las aportaciones de los estados nacionales a sus cuentas bancarias? ¿Hablamos de un cristianismo cómodamente instalado en la ontología o del que acompaña la aventura humana como palabra, del que hace de la esperanza una espera o del que convierte la espera en esperanza?

No resulta válida la respuesta de que el cristianismo auténtico es el que emana del evangelio. Porque del evangelio bebe, supongo, Ratzinger y bebió, sin duda, Helder Camara. Y son dos visiones paralelas, si no contrapuestas, que nunca llegarán a encontrarse. ¿Por qué esa necesidad de ciertos sectores de sentirse depositarios exclusivos de la verdad? ¿Convicción, orgullo, complejo? ¿Por qué la urgencia de identificar unidad con uniformidad? ¿Por qué la arrogancia de hablar siempre en nombre de la totalidad? ¿Si el hombre es la eterna pregunta sobre sí mismo, por qué el cristianismo habría de ser una respuesta unívoca? Su grandeza radica en el misterio que incluye. Se es humano en la medida en que se lucha por llegar a serlo. La empresa de ser hombre (Laín Entralgo) deviene en horizonte. Tal vez la muerte sea el supremo y gozoso encuentro consigo mismo, con la verdad de la historia y con la respuesta jubilosa ante tanto interrogante existencial. La verdad no puede ser “poseída” porque ello equivale a violarla. Es ella quien debe poseernos para sentirnos amados para siempre.

La Europa actual es una asociación de mercaderes. Bien está la proclamación de los derechos humanos, de la libertad de expresión, la libre circulación de personas. Pero ante todo se trata de la libre circulación del capital. La adhesión de nuevos socios se hace con vistas a la disponibilidad de mayor número de consumidores, a la progresiva rentabilidad del dinero. En esta realidad no se suponen raíces cristianas o el cristianismo es para algunos puro economicismo. Si Europa es sólo Europa en la medida en que es cristiana, tendremos que cerrar sus puertas a países como Turquía o bien exigirles una conversión o resucitar a Santiago Matamoros. Seamos claros: no se trata de una acogida humanista, sino de una aportación beneficiosa deseada económicamente por ambas partes. Y por lo visto, en las anaquelerías de ese gran consumo, quieren muchos que figure, como fuente original, lo cristiano. A lo mejor aparece alguien, látigo en mano, y expulsa a los vendedores. Tal vez entonces el cristianismo vuelva a la intemperie de la noche y pueda respirar el aire puro y limpio de las estrellas. Tal vez entonces vuelva a peregrinar de la mano de los pobres en busca de la verdad siempre provisional de lo humano.

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