lunes, 8 de septiembre de 2008

AÑORANZAS

Santiago Carrillo, testigo vivencial del último tramo de la historia de España, ha dicho en unas recientes declaraciones que las manifestaciones de cierta derecha y de parte del episcopado recuerdan el clima de los años anteriores al golpe de estado de mil novecientos treinta y seis que desembocó en una dictadura que duró cuarenta años.

Muchos no vivimos aquel ambiente prebélico, pero sí sufrimos una posguerra aniquiladora, hambrienta de pan y libertad, que nos empujó al exilio arrastrando la sangre en los tobillos. Y por ahí anduvimos, añorando patrias y ternuras familiares, mientras el dictador era coreado por una Jerarquía concubina que lo paseaba bajo un palio blasfemo.

La insistencia de los Obispos españoles en proclamar la unidad de España como un valor moral recuerda homilías del nacionalcatolicismo apoyando la cruzada llevada a cabo por un Caudillo que llegó a tal ungido por la gracia de Dios.

La palabrería de Aceves afirmando que el proyecto de ETA es el mismo que el proyecto del Zapatero y la aseveración dogmática de Rajoy advirtiendo a todos que el Presidente no representa al Estado, suena, en el mejor de los casos, a golpe de estado verbal.

La derecha política y eclesiástica tiene que olvidar tiempos pasados fundados en sangre e infamia, para acostumbrar sus vivencias a lo que es una democracia y un estado no confesional.

Rajoy puede desvincularse de las decisiones que tome un gobierno. Lo que no puede hacer es negar, salvo apostasía de la democracia, la representación legítima de un Presidente. Esa representación la otorga el voto de los ciudadanos y de las fuerzas parlamentarias. Los españoles conseguimos nuestra libertad sin sentirnos obligados por gratitud a la concesión graciosa de Rajoy. El, con su partido, puede ser partícipe en la construcción de la paz. Pero su negativa no comporta la aniquilación de un deseo y de una tarea emprendida por la mayoría del pueblo y de sus fuerzas representativas.

Y en cuanto a la contumaz advertencia por parte de la Jerarquía eclesiástica de que no se puede dialogar ni negociar con terroristas, cabe recordarle que durante cuarenta años dialogó y negoció con sustanciosas ventajas con un golpista que llegó al poder, no mediante las urnas, sino con la fuerza de las armas. Y que España no puede confundirse con el concepto de UNIDAD, GRANDEZA Y LIBERTAD que nos legó el fascismo. Por inercia secular la Iglesia confunde unidad y uniformidad. Y así lo vive en su propia conciencia. Ni la verdad es una, ni la familia ni las opciones políticas. La diversidad es enriquecedora y fecunda. La uniformidad empobrece y castra la iniciativa creadora de futuro. Lo humano es siempre un dato provisional en búsqueda de una plenitud. La indigencia humana siempre tiene la mano dispuesta al esfuerzo y tendida al don de la vida.

Es triste que después de treinta años de democracia surjan voces y actitudes que la impugnan negando derechos conseguidos con el esfuerzo históricos de muchos españoles. Y duele constatar que cuando la paz está al alcance de la mano se opongan a ella los que continuamente la predican. Y escuece el desvío de las balas cuando las balas buscan el silencio y la serenidad de la paz.
La paz tiene hechuras de futuro y no admite añoranzas de un pasado

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