miércoles, 10 de septiembre de 2008

CONCIENCIA DE ANCHURA

Vivimos políticamente en un sistema de partidos. ¿Se deduce de aquí, y sin más matizaciones, la existencia de una democracia profunda? No es el momento de ahondar en estos conceptos. Simplemente constatamos el hecho y damos por aceptado que los partidos nos permiten ejercer nuestros derechos democráticos. La democracia fundamenta los partidos políticos. ¿Pero propician estos la democracia interna? Dicho de otra forma: ¿Los partidos son interiormente democráticos? ¿No se construye la organización, necesaria a toda agrupación política, su proclamada cohesión, la consecución de sus objetivos y la finalidad de sus metas al margen de la democracia intrínseca que debe darse como elemento definitorio en los partidos políticos?


La crítica al líder, a los órganos ejecutivos, a los criterios en una determinada postura, etc. es tachada de forma inmediata como disensión. Se exigen demasiadas adhesiones inquebrantables que suenan frecuentemente a tiempos pasados, de triste recuerdo, y que deberían estar muy superados. No se puede abortar la pluralidad interna sin matar la esperanza. Las dictaduras pequeñas terminan creciendo y convirtiéndose en dictaduras aplastantes.


Los liderazgos indiscutibles, los dogmatismos apriorísticos, las posturas inamovibles desembocan en fanatismos ideológicos que ahogan la frescura de lo recién hecho, lo recién nacido. Dejar endurecer el pan caliente salido del horno es matar la vocación del trigo. Y cuesta mucho dolor sembrarlo, regarlo, mimarlo como para malograr la espiga.


Los partidos confunden con demasiada frecuencia historia y pasado. La historia es el útero del que continuamente brota el hombre, construyéndose como utopía, situando lo humano como meta de sí mismo. Se constituye en un elemento evolutivo. La historia es el elemento perdurable al que hay que volver como al vientre caliente donde fuimos engendrados. Al pasado hay que amarlo sólo en la medida en que es justamente eso: pasado. Y por tanto, accidental, pasajero, ocasional.

Vivamos la historia como fuente. Contemplemos el pasado como paisaje. Los partidos políticos soltarían mucho lastre si no cayeran en confusiones estériles. Se darían cuenta que urge una conciencia de anchura que desborda y enriquece. La apertura nunca es anquilosante, sino fecunda, creadora, engendradora de novedad. Dar a luz el futuro es mucho más que copiar el ayer. Como diría Ionesco, el hombre no tiene los ojos en la nuca. El mañana está ahí, en el esfuerzo del músculo, en la imaginación poética, en el coraje de construir.


La democracia es una responsabilidad de todos. Nadie puede arrogarse la verdad política. La única verdad política es el hombre y el hombre es siempre un dato provisional, inacabado. El mar es el mar porque no nos cabe en los ojos. En el mar libertario cabemos todos.


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