martes, 30 de septiembre de 2008

GUERRA CIVIL

Uno viene de lejos. Mochila cuajada de caminos. Sombra de recuerdos. Uno viene de lejos. Pan moreno con aceite. Pan blanco de Corpus con aceite. Hambre de estómagos fríos y auxilio social de caldos con cartilla. Y ausencias. Muchas ausencias.

Uno viene de lejos. Sin raíces de padres fusilados. Con madres solas a solas con su pena. Viudas de pañuelos negros, de lutos vitalicios, porque la muerte nos ha separado. Niños crucificados con tres balazos certeros, para el resto de la vida la metralla en el costado.

Uno viene de lejos. De posguerra civil, de crujidos nacionales, de chasquidos de montes derrumbados. Setenta años después de brazos en alto al paso alegre de la paz, cuando nuestros muertos resucitan con una luminosidad de conciencia, aparece el generalísimo Aznar, profeta de la historia, perito en guerras y nos profetiza que Zapatero está repitiendo el esquema que llevó a los españoles a su destrucción fratricida. Y uno que viene de lejos, experimenta el temblor de la luz, el escalofrío de aquellos muertos lejanos ante este Queipo de Llano, peatón de un odio primigenio, destronado por la libre voluntad de unos electores.

Uno viene de lejos y no quiere pararse ante este Moscardó de alcázares toledanos. A Aznar le bullen añoranzas de pistolas y le afloran los primos de ribera, correajes cruzados sobre el pecho sujetando cartucheras humeantes de tapias y cementerios.

No fue un gobierno republicano quien inició la guerra civil. Fue un general sanguinario, mesías como Aznar, visionario como Aznar, salvapatrias como Aznar, quien nos hundió en las cunetas de la historia, del dolor, del hambre, del aislamiento. Fue un golpe de estado nunca condenado por una derecha cerril, hermética, sin proyección de futuro. Fue la sublevación de las pistolas ante un gobierno legítimamente constituido, como el que ahora nos gobierna, salido de las urnas, contra el que se levantó un general de derechas, apoyado por una Iglesia apóstata de sí misma, concubina de una cruzada manchada de sangre inocente, desplegando palios sacrílegos, regando de rosas de paz el paso de un dictador, pétalos empapados de inocencia caída.

Y todos los dictadores colocan ante el paredón infame de la elección la nobleza de los pueblos: o conmigo o contra mí. “Los votos que no sean para el Partido Popular van destinados a colocar a los terroristas en las instituciones”

Fuera de Aznar no hay patria. El ocupa por completo España. Más aún: España es él. Desde el destierro, a los demás sólo nos queda saludar al César por el que vamos a morir.

Y junto a nuestros cadáveres, Rajoy, el centrista, Gallardón, el moderado, Piqué, el atrevido y todos los vilmente sometidos a la tizona de Aznar.

“Hay que apuñalar al adversario hasta que sangre” dice Jiménez Losantos. Y refuerzan este brazo de Abraham los Roucos, los Cañizares, Los Martínez Caminos. Otra vez la Iglesia consintiendo cruzadas justicieras.

Otra vez la sangre como necesidad excitante de los vampiros de la historia.


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