miércoles, 10 de septiembre de 2008

EL PARTIDO ACOGEDOR

Murió Franco. Y España se dividió. Una parte acampó en la Plaza de Oriente. Con la añoranza colgada de los ojos. Tragándose un pasado que nunca sería futuro. Porque el dictador estaba allí, horizontal para siempre.

Gran Vía arriba, todavía José Antonio, andaba otra España. Estrenando caminos. Inaugurando alegrías. Consiguiendo futuros libres y utópicos.

Estaban los herederos del franquismo y los siempre desheredados. Suárez se arrimó al Partido Comunista y estrechó la mano de Tarradellas. A Fraga le cabía el estado en la cabeza. Nunca tuve claro de qué estado se trataba. Como albacea, veló por la herencia y la distribuyó entre quienes acudieron a comer de su mano. Se alimentaron en Alianza Popular. Se echaron a andar con la calle debajo del brazo. Fraga la había mantenido como derecho de primogenitura. Eran muchos. Los menos andaban buscando pana por las rebajas o pelucas en el rastro del régimen.

Derivó en Partido Popular. Lo de alianza resultaba bíblicamente hermoso. Pero en realidad no era tal. Conglomerado más bien, emparejados con la bendición de Su Santidad. Pidiendo refugio UCD y Blas Piñar y guerrilleros. Incluso demócratas conversos y de toda la vida. Fraga tocó techo. Hernández Mancha tocó suelo. Aznar tocó Moncloa y entró por los jardines de Palacio escoltado por Ana Botella y por cipreses que rendían honores. Aznar metió a todo el partido en un cuaderno azul. Un día lo olvidó y encargó su búsqueda a Mariano. Cuatro años anduvo con la ayuda de Alcaraz, Zaplana, Aceves, Astarloa, Pujalte. Castellana arriba, de la mano de Losantos y Pedro J, clavando calumnias en los semáforos, estandartes de sangre en los pasos de peatones, urdiendo traiciones y conspiraciones al viento alegre de la paz. Salpicaban de sangre a Zapatero, a quien había puesto en la presidencia un grupo terrorista, según decía Miguel Angel Rodríguez. España estaba descuartizada, sacudiéndose los valores cristianos y apuñalando los derechos humanos más fundamentales, según la clarividencia de Rouco, García Gascó y Mons. Sebastián. Y nos avisaban de la maldad de la palabra dialogada (la palabra, que es la matriz de la democracia), y de la perversión de la homosexualidad y el abismo del divorcio. Y nos apartaban de una educación ciudadana porque bastaban los principios fundamentales del movimiento.

Y Rajoy, vicario sumiso del amo Aznar, capitaneaba las huestes que derrotarían a un gobierno entregado, arrodillado, cuyo proyecto político era la sombra de las pistolas etarras.

El 9-M se asomó al balcón. Le llamaban presidente, presidente. Pero no ha encontrado el cuaderno azul. Y ese es su delito. Ahora le pisotean Losantos y Pedro J, Alcaraz y Elorriaga, Esperanza y María, Ortega Lara y Ana Botella. Rouco-Aznar-Mayor Oreja le hurgan en el costado atravesado de soledad.

“Ladrón, traidor, sólo falta que le apoye ETA como al maricón de Zapatero”, gritaban el otro día en la C/. Génova, conforme se baja a la derecha. Desde el ventanal del despacho se adivina a Iturgaitz, Vidal Quadras, Alcaraz, Alvarez Cascos, Arístegui.

Rajoy se miró al espejo. No había imagen. A lo mejor no existía.

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