jueves, 25 de septiembre de 2008

EL SINDICATO DEL CRIMEN


Vamos tan de prisa que se nos queda atrás, infinitamente atrás, el ayer más inmediato. Estaba Felipe González presidiendo el país. Se habían acumulado errores tras errores. Pese a todo, no era previsible una derrota electoral. Luis María Ansón, al que algunos llaman maestro, aunque ignoro los méritos para ese apelativo, capitaneó lo que él mismo llamó “sindicato del crimen” Puso en movimiento una maquinaria de calumnias y con ella fue allanando el camino que llevaría a Aznar a la Moncloa.

Uno tiene la percepción de que la maquinaria ha vuelto a funcionar. Desde el empecinamiento de cargar sobre las espaldas del ejecutivo la masacre del 11-M hasta la posibilidad de que el PSOE gobierne en Navarra con la ayuda de Nafarroa, todo un despliegue táctico para derrotar a un Presidente legítimamente surgido de las urnas. Un conjunto de fuerzas opositoras, desde la ultraderecha hasta la jerarquía de una Iglesia anclada en la más pura nostalgia franquista, pasando por un Aznar despechado con el desamor de España, un Rajoy-Aceves-Zaplana-marionetas-de-la-COPE, ese recalificador de penas que es Alcaraz y los foros de los Buesas, las Rosas Díez, los Sabater envueltos en la enseña patria de Iniestrillas hasta los Pujaltes, Roucos y Cañizares, empujando todos a una para derrotar un gobierno vigente por la gracia de los votos del pueblo.

La emisora de los Obispos, cargada del odio que emana diariamente de Rouco, Cañizares, Gascó y otros, destila calumnias y falsedades más propias de un talibanismo afgano que de un mensaje evangélico. Y que no se den por ofendidos estos Obispos aduciendo, como argumento explicativo, que se disiente de su discurso porque se persigue un cristianismo que aporta luz y verdad. No son ustedes perseguidos por nadie ni en función de las bienaventuranzas. Simplemente son muchos los cristianos que se sienten humillados, desesperanzados y desorientados cuando se les quiere identificar con ese cristianismo farisaico, falseado a conveniencia y digno de ser expulsado del templo como mercaderes, traficantes y maquilladores de la verdad de Jesús desnudo en la cruz. Ciertos Obispos y sus empleados mercenarios no son, nunca debieron ser, servidores de la palabra. Son más bien sacrílegos vendedores de nostalgias cortesanas de un nacionalcatolicismo nunca digno del mensaje de un Jesús honesto, sincero que plantó su tienda entre nosotros y con nosotros se hizo caminante y prójimo en la búsqueda dolorosa de la verdad.

Y al calor de estos Obispos una derecha sacralizada que no sabe vivir sin víctimas. Unos y otros necesitan, como dioses paganos, el olor de la sangre. Viven políticamente de continuas trasfusiones y muere su discurso sin esa trágica hemodiálisis.

Ver enemigos por todas partes constituye una patología visual. La mayoría de los españoles estamos preocupados por el paro, la hipoteca cada vez más alta, la muerte de mujeres a manos de machos olvidados de la hermosura del beso, de mejor asistencia sanitaria, de escuelas capaces para nuestros hijos y de un mañana posible en la medida en que lo construyamos entre todos. Jesús, señores Obispos, hizo hermandad de la enemistad. Ustedes por el contrario están empeñados en enfrentarse hasta con la elegancia de las rosas. Y ustedes, señores políticos, despréndanse de la erótica del poder y construyan una sociedad presente preñada de futuro. Es más sublime caminar hacia la utopía que apoyarse en los barandales de lo inmediato. Prueben a vivir sin sangre. El aire limpio es más tonificante que el hedor de las tumbas.


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