miércoles, 13 de agosto de 2008

IRAK: PALABRA DE SANGRE

“Continuar esta guerra no es la solución. Esta sólo puede encontrarse en el diálogo con la insurgencia” Lo ha dicho el responsable máximo de las fuerzas americanas desplegadas en Irak. Han pasado cuatro años desde el comienzo de la guerra. Miles de muertos han ido quedando por el camino. Millones de dólares convertidos en balas asesinas, en bombas criminales. Familias destruidas. Dolor y lágrimas enterrados. Humanidad fusilada. Han pasado cuatro años. Durante ellos la humanidad, toda la humanidad, se ha degradado por acometer la matanza o por consentirla. Todos deberíamos sentir la vergüenza de haber disparado por acción u omisión contra un pueblo indefenso.

Los Jefes de Estado y de Gobierno han seguido buscando la amistad del emperador, firmando tratados de amistad y cooperación, intercambios culturales, comerciales, etc. Nuestro propio gobierno, que tuvo la valentía de retirar las tropas, ha hecho todo lo posible por granjearse la benevolencia de Buhs (recuérdense las gestiones de Moratinos y la pleitesía de Bono ante Ramsfeld). José María Aznar prefirió la epifanía de las Azores a la voz del pueblo encallecida de pisar la calle. Cómplice de la más rastrera ilegalidad, se refugia ahora en una ignorancia en la que nadie cree por repugnante. Y si realmente fue engañado por su amigo Buhs es el momento de apostatar de aquella foto de las Azores y de condenar sin paliativos una guerra infame. En el Congreso, el Partido Popular, tan amigo hoy de la legalidad, aplaudió y llenó de risas y felicidad el hemiciclo como si de la feria de abril se tratara. Sigue sin condenar esa barbarie y cuando sobre el asunto se le pregunta a Mariano Rajoy, argumenta que no está para responder sobre vándalos y suevos, sobre acontecimientos de una pasado lejano. Cuatro años. Tan lejanos para Rajoy. Tan próximos para el dolor de madres, padres, hijos, destrozados por el aplauso y las risas de un Congreso de los Diputados avergonzado de sí mismo.

Y ahora resulta que la guerra no es la solución. Sólo el diálogo, dice el alto militar, es la posible plaza de encuentro para construir un horizonte de vida, de paz y de armonía. Habrá que sentarse ahora frente a todos los muertos y decirles que hay que dar marcha atrás, sangre atrás, dolor atrás, porque no hay otro remedio que retomar la palabra. Cuando del trato humano se excluye la palabra, sólo queda un recurso: la muerte del más débil. En el principio fue la

palabra y cuando algo no se fundamenta en ella, la creación se desmorona como una giralda de aire.

Buhs, Blair y Aznar no tienen el coraje y la valentía de marcharse de la historia y ayudar así a la purificación. Escudados en el orgullo, son incapaces de gestos humanos y humanizantes. Alguno sigue incluso dando lecciones de patriotismo y proclamando mesiánicas salvaciones. Sólo ante un tribunal inmisericorde que los juzgara tendrían la cobardía de replegarse y nos proporcionarían a los demás el íntimo gozo de la justicia.

Al hombre se le llena la boca de términos grandilocuentes: justicia, estado de derecho, libertad. Pero tiende a excluir de su vocabulario LA PALABRA. Cuando queda fuera, hay que acudir a las fuerzas de seguridad del estado, desenfundadas pistolas, grilletes inoxidables, cárceles herméticas, guantánamos de vómito, torturas humillantes. Se apostata del diálogo. Se oponen a él los Obispos y ciertos grupos políticos. Se anatematiza al líder que apuesta por el encuentro dialogante. Lo sabemos los españoles. Muchos anhelan una democracia sin palabra, que es en el fondo una añoranza de viejas dictaduras. Actúan así como verdaderos terroristas. Tenemos experiencia: cuando se suplanta la palabra por el tiro en la nuca se destroza la convivencia. Pero cuando algunos se empeñan en reconstruir el dolor de las víctimas disparando más rápido, sólo consiguen un nuevo fusilamiento.

La solución sólo puede encontrarse en el diálogo. Qué pena que lo tenga que decir un general invasor.

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