miércoles, 13 de agosto de 2008

CON FRANCO…

Lo acaba de publicar el historiador Francisco Rodríguez Adrados en ABC:”Con Franco, España se preparó para la democracia” Y defiende en su artículo que no deben cambiarse rótulos insignes de calles, ni descabalgar caudillos, ni tachar nombres gloriosos del glorioso movimiento. Porque eso es condenar la historia al olvido. Y Franco y su alzamiento nacional son historia y ahí deben permanecer, en el gozoso agradecimiento hacia quien nos preparó para la democracia.

Ser historiador es tener la capacidad de vivir lo no vivido. Se manejan los archivos de la memoria, se organizan las coordenadas del tiempo y uno resulta ser contemporáneo de Carlos V o de Viriato. Pero esa vivencia o es fidelidad o se convierte en farsa ridícula una veces, dolorosa otras o ambas cosas a la vez.

Para nuestros hijos, engendrados en una Constitución democrática, Franco es lejanía y distancia. Para lo que vivimos aquellos momentos es herida abierta, dolorida memoria, cicatriz algún día. Y cuando se lee lo que antecede, se experimenta el sarcasmo de quien lo escribe y retumba la crujiente carcajada de quien se ríe del dolor vivo todavía.

Las cunetas de los amaneceres son testigos. Y la orfandad de niños con hambre. Y el exilio que se echaba España a las espaldas. Y la viudedad llorada bajo pañuelos negros. Y el odio repartido sabiamente, intercambiada la delación del vecino por azúcar moreno, por achicoria negra, por pan de hace tres días con cartilla de racionamiento.

Revisionistas historiadores. Blasfemos articulistas que colocan nuevamente el dolor contra el paredón y nuevamente lo fusilan por el placer de ver el chorro caliente de la muerte. Vidales, agapitos, moas, adrados: formando tribunales de orden público, azuzando las pistolas, pasando por las armas, sitiando ideas y palabra.

Alpargatas de exilio, manos llenas de recuerdos, madres lejanas, hijos perdidos para siempre. Pirineos de añoranzas, atlántico de olas negras, Buenos Aires querido, Méjico lindo y querido. Por ahí nuestros poetas cantando muertes lorquianas, alhambras de recuerdos, giraldas de morriña. Y aquí nuestros niños, vacíos de estómago, con sopa caliente de bellotas y chocolate tierra los domingos.

No lo sabían nuestros muertos, tirados por cunetas irredentas, materia de arqueólos futuros, buscadores de huesos de nostalgia. Lo ignoraban nuestras madres que acercaban el llanto a las almohadas, las muchachas de miedos virginales, primeros viernes, vigilia de Inmaculadas azules. Lo ignoraban. Pero el Caudillo de España por la gracia de Dios sembraba democracia en los jardines de El Pardo. Y hasta esa cuna de libertad vamos todos con flores a María que madre nuestra es. Porque allí vivió quien hizo de España una, grande y libre. Peregrinación agradecida, arrodillada como una adoración nocturna, doblados ante el palio, perdona a tu pueblo, señor, no estés eternamente enojado. Y así por los siglos de los siglos.

Señor Rodríguez Adrados: La historia es la dignidad de los pueblos. Lo demás son suburbios marginales donde hay que construir jardines para que jueguen los niños, se besen los muchachos, tomen los viejos un sol limpio. Me sobra Queipo de Llanos imponiendo fajines generalicios a Macarenas sevillanas. Me sobra el heróico Moscardó paseando amaneceres en camiones sumarísimos. Me sobra Millán Astray con su prótesis asesina. Me sobra el Franco ecuestre de plazas pueblerinas. Me sobran tantas fechas…

Para recordar el ayer, señor historiador, me basta el dolor acumulado, la memoria magullada, la llaga incontenida. Quiero las plazas limpias de percherones salvajes, de caudillos bendecidos, de vírgenes condecoradas. No profane el recuerdo que es la herencia de los desheredados de la historia.

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