EL ACTOR SECUNDARIO
De vez en cuando los medios de comunicación nos dan
una noticia siempre triste: ha muerto tal o cual actor. Nunca encarnó papeles
de protagonista. Fue un eterno secundario, pero brillante. Abundan en el cine,
en el teatro. No doy nombres por miedo a excluir a algunos que realmente
perdurarán en la historia por encima de esos protagonistas de postín, de
autógrafos y fans juveniles. Si les soy sincero, esa distinción entre
principales y secundarios me resulta artificial. Tan necesario es el cemento
como el mármol. El monumento resultante no es una suma, sino una simbiosis que
nos muestra la hermosura.
A propósito de la muerte de uno de esos actores
secundarios he pensado en la política. Y si en el teatro o el cine algunos
tienen clara esa división de papeles, creo que en democracia se ha tergiversado
su prioridad por conveniencia de unos pocos. Los políticos elegidos en las
urnas se han apropiado del papel protagonista de la historia y exigen (sí,
exigen) que la ciudadanía sea relegada a un papel secundario. Y aquí es donde
radica la perversión de esa división. Esta apropiación de protagonismo por
parte de los políticos es una forma de acabar con la democracia. El poder
tiende siempre a la tiranía. Sólo la primacía del pueblo mantiene viva esa
democracia frente a la tentación dictatorial de los que mandan.
Todos los políticos dicen sentirse abrumados por la
responsabilidad cargada sobres sus hombros y aseguran concebir su mandato como
un servicio. Terminado su juramento o promesa, se instalan en sus despachos y
se ponen el uniforme de capitán general con mando en plaza. Y el servicio se
convierte en imperativo y la responsabilidad en el placer de ordenar.
Cuando los ciudadanos protestan en las calles, el
poder promulga una ley mordaza para que las gentes asuman su papel de actor
secundario y reconozca que los sabios están arriba. Cuando un grupo político es
advertido de su pérdida de poder en las siguientes elecciones, cambia la ley
electoral para garantizarse la permanencia en el protagonismo frente a un
electorado desarmado. Cuando ese dominio se ha perdido de hecho, se condenan
las coaliciones que lo desplazan y se arbitran mecanismos que impidan que esas
uniones funcionen. Y empiezan a definirse las mayorías por un sistema simplista
y no como el resultado de elementos diversos que configuran un todo numérico e
ideológico. Usurpan el protagonismo que nadie les concedió y condenan al papel
de eterno secundario a quienes son inequívocamente los dueños de la realidad
humana.
El pueblo no debe sucumbir nunca a la comodidad de
sacudirse la responsabilidad de su protagonismo. Y los que ostentan el poder no
pueden sustraerse a su realidad de importancia transitoria y su obligación de
sometimiento a la voluntad de quien realmente ostenta la jefatura de la
historia.
De aquí se deducen muchas cosas, pero dos principalmente.
Una: el voto ciudadano no conlleva la espera pasiva que media entre elección y
elección. Dos: en consecuencia, la ciudadanía siempre mantiene el poder de
corregir la trayectoria de los elegidos y manifestarles sin miedo a represalias
que hay que enderezar el camino porque las metas están claras en la conciencia
colectiva por más que intereses espurios pretendan fijarlas a su imagen y
conveniencia.
Y nadie, sin caer en funciones dictatoriales, puede
negarse a las decisiones ciudadanas.
No cabe argumentar, como se oye con frecuencia, que
las urnas hablaron y que los demás debemos guardar un infame silencio hasta que
de nuevo tengamos la oportunidad de manifestar nuestra voluntad de voto. Las
urnas no silencian por un largo período al votante. El dinamismo de la
democracia no lo permite. Y esa estaticidad exigida por quien sea, entra en
contradicción con la fuerza arrolladora que la define. Todos los días todos hacemos la democracia.
En segundo lugar, la ciudadanía no es ajena al
quehacer de cada momento. Todos somos responsables del devenir y en un momento
delegamos, pero no entregamos, la capacidad de decisión a nadie en exclusiva.
Los gobernantes deben rendir cuentas con la frecuencia que los ciudadanos les
reclamen y deben someter a su criterio el
cometido gubernamental. No estamos obligados a cargar con hechos
consumados. Eso pertenece a las dictaduras. Los servidores no pueden erigirse
en seres dominantes. Unos y otros debemos tomar conciencia de la
responsabilidad que entre todos significa construir un presente habitable y un
futuro atractivo.
Nadie es actor secundario. Somos los protagonistas
insustituibles de esa empresa que se llama democracia..
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