DIOGENES
A todos nos han presentado alguna vez a Diógenes. En el
bar. En el metro. En la arena de una playa.
A Diógenes lo conocí en el instituto. Aquel profesor tenía el empeño de
que trabáramos amistad con individuos ciertamente raros. Con esto no quiero
decir que tú, amigo Diógenes, seas raro, aunque confieso que al principio me lo
pareciste. ¿Que por qué? Hombre, no me
digas que es normal ir por la vida con un candil (ahora llevas un grupo
alógeno) buscando a un hombre. Pero he de confesarte que con el tiempo fui
olvidando a Sócrates, a Heráclito, los presocráticos, Pitágoras…y tú te fuiste
quedando ahí, en un rincón del alma, en los adentros de los sentimientos más
hondos. Empecé a rodar dentro de los raíles establecidos. “El rodar no será
cencia, pero tampoco es pecao” que cantaba Atahualpa. Pero el orden establecido
me vomitó. Y entonces retomé tu recuerdo. Me empecé a interesar por lo humano.
Pretendí que nada me fuera ajeno. Comprobé que el prestigio, la capacidad de
mando, el número de estrellas y puntas en una guerrera militar, la situación
social y sobre todo el dinero conseguían que el ser humano fuera sólo
prestigio, capacidad de mando, estrellas y puntas de estrellas y sobre todo
dinero. No nos distinguimos por los nombres si no van acompañados de esos
elementos por los cuales los demás nos definen y nos toman en mayor o menor
consideración. Sabemos de quién nos están hablando cuando al nombre propio se
le añade el título que en realidad lo define ante la sociedad. Juan no es Juan si
no le adherimos el título de presidente del banco, el armador, el
terrateniente. Y así en todos los órdenes. La posesión de un aditivo se ha
convertido en el sustantivo dominante por encima de la persona. Porque Juan no
sería nada si no fuera presidente de tal o cual banco.
Grecia, vuestra Grecia, Diógenes, nuestra madre Grecia
está hoy en todos los medios de comunicación. Nadie habla de sus filósofos, sus
arquitectos, sus monumentos. Sólo se habla de su dinero, o mejor de su carencia
de dinero. Deuda, déficit, intereses, préstamos, rescates, reestructuración,
prima de riesgo. Gobiernos anteriores al presente han malversado fondos
económicos. La troyka lo tenía delante, lo vigilaba, lo sabía, pero
contemporizaba. Eran de los suyos. En seis meses de un gobierno nuevo, la
troyka ha tenido una revelación y han caído en la cuenta de que en seis meses
no han arreglado nada de lo que durante años olía a podrido. Y honesta consigo
misma, ha tenido que denunciar lo que se les ha venido a las manos. Y ahora
Grecia se define por adjetivos contrarios que nos indican su bajeza moral.
Grecia, la del desorden, la de los trabajadores vagos, la de los jubilados
jóvenes, la de los funcionarios que no trabajan, la de las deudas tercamente
impagada, la de los que no pagan impuestos. Grecia no es el glorioso sustantivo
si no le añadimos los degradantes adjetivos. Y Europa ha encontrado la
oportunidad de humillar, de poner de rodillas, de esposarla con las manos en la
espalda, de meterla en una celda con retrete en una esquina, de arrastrarla
ante el pueblo para que el pueblo la linche. Y Europa ha dictado unas normas
que pisotean el alma griega. Les ha dolido que un pueblo con su dignidad en la
solapa se enfrentara al dinero.
Ahora todos son señores importantes que sudan sus camisas
Armani durante horas y horas. Todos son entendidos vengadores que tienen que
clavar las espuelas en los ijares de la Grecia bella. Los de ISIS destrozan
monumentos milenarios y Europa destroza una Grecia eterna. A los primeros los
calificamos de salvajes fanáticos. A los segundos representantes de esa gran
Europa de la solidaridad.
Y aportan soluciones macabras. Dinero a cambio de
hambre, de pensiones ruines, de niñez frustrada, de juventud sin futuro, de
enfermos sin medicación, miseria, desahucios, inversiones extranjeras de
buitres, de animales carroñeros que aprovechan para devorar las entrañar
sanguinolentas en que los señores importantes han convertido a Grecia.
Te echo en falta, Diógenes. Europa ha enterrado el
valor hombre porque se le ha puesto mirada de euro y sólo ve moneda. Moneda
sangrante, de piel rota, de carne de matadero, pero moneda. Te he echado en
falta porque a nadie le preocupa el ser humano. Todo está supeditado al dinero.
No es un becerro de oro, es una manada buscando femorales.
Diógenes, buscador de humanidad, te echo en falta. Te
necesitamos para reencontrarnos con lo único importante que somos. Es urgente
que con tu ejemplo, nos dediquemos a bucear en este lodazal repugnante,
maloliente, podrido, para restituir la dignidad que nunca debimos perder frente
a esos señores importantes que la quieren pisotear.
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