sábado, 16 de agosto de 2014

CUANDO EL SILENCIO



¿Sabes?  Es difícil el silencio. El silencio no es vacío de palabra. Es más bien pronunciar sólo su sombra. Se oculta de noche, pero está porque resucita con el sol. No se había ido. Estaba escondida, como haciendo un mañana. Pero es difícil. Porque uno no se acostumbra a decir te quiero sin acomodar los labios a unas sílabas concretas. Ahora los dejo entreabiertos junto a la almohada esperando que te acerques, me beses y sepas que estaban allí, que te soñaban. 

Y te extraño. Pareces una lejanía. Y me duele la boca de no llamarte, de no gritarte, de no decir tu nombre, aunque tu nombre me ocupe la dimensión del pecho. Difícil el silencio. Porque me dice que no estás. Pero yo sé que estás. Que eres como esas flores que se van cerrando poco a poco con la oscuridad, como para guardarla interiormente, como para arroparla. Y se duermen con la oscuridad dentro. Yo me duermo haciéndote sueño, soñándote sueño, amándote sueño. Acaricio la espalda de tu palabra ausente, sus muslos abiertos para hacerme noche en tu interior. Tu luna callada sin pronunciar mi sexo, pero haciendo del silencio una locura ingobernable, del gemido una anarquía porque nadie evita el deseo, porque desafiamos la gravedad imantada de tus pechos, porque hemos hecho del silencio un nido para cada primavera.

Es difícil el silencio. Te lo dicen mis manos con tu piel guardada entre los dedos, las manos acostumbradas a la enredadera de tu sexo, a tu melena que enfunda la noche y la convierte en cosecha trigal de puro rubia.

Silencio. Tan silencio tú. Yo tan silencio. Y entre tu cuerpo y mi cuerpo sólo un beso de distancia. Silencio como una tapia insalvable, como el celo de un río, como un monte despechado.

Pero estás. Estoy. Somos un horizonte. Salto al vacío. Rompo el silencio y sin decirte te digo, sin tocarte te tengo y aunque no quieras te quiero.


Nos diremos algún día que el silencio fue el testigo de la palabra que nunca nos dijimos.

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