domingo, 24 de agosto de 2014

CONTEXTO


España tiene una larga historia de cerebros ilustres en todos los órdenes del saber. Literatos, científicos, investigadores, creadores de belleza. Somos un archivo de hondura, de penetración en el misterio de la existencia humana. Un país de talento en el quehacer humano.

Pero parece que de repente todo se nos ha venido abajo. Nuestros políticos nos han colocado frente a la estrechez intelectual, a la incapacidad de comprensión de las cosas más nimias. Los españoles somos incapaces de entender algo tan elemental como que dos y dos son cuatro. Nuestro cerebro histórico se ha derrumbado. Tenemos en la cabezas las ruinas de lo que fuimos, pero que ya no somos y nunca probablemente volveremos a ser. Las dictaduras se marcan como primer objetivo anular la capacidad de raciocinio, de  discernimiento y pretenden que nos creamos libres al mismo tiempo que las cadenas nos hieren los tobillos del alma. Usted carece de libertad de pensamiento, de reunión, de expresión, pero usted es muy libre de optar intelectualmente por una u otra postura, puede usted reunirse y comer en familia por navidad y tiene la posibilidad inalienable de halagar al dictador. Y en esa dinámica contradictoria y paradójica se desarrolló nuestro reciente período de sometimiento a la bota militar. No había que meterse en política, decía el oscuro habitante de El Pardo y por eso él, tan militar, tan general, pensaba por todos nosotros y nos exoneraba de la pesada carga democrática de decisión. El pueblo no sabe lo que quiere y hay que darle lo que el dictador piensa sin opción de réplica.

Fue por el setenta y cinco. Afloró la democracia como una cosecha de libertad. Por fin la lucha, la sangre, las cárceles, los fusilamientos eran la tierra buena para que germinara la alegría, para que todos experimentáramos la posibilidad de elegir camino sin grilletes, sin cadenas que nos fijaran en un presente putrefacto de uniformes sudados en la persecución de la libertad.

Y cuando por fin fuimos conscientes de nuestra capacidad de comprender la historia, de hacerla, de construir la tarea del quehacer político y por tanto humano, llegaron ciertos políticos, demócratas de toda la vida, a decirnos que la luz de nuestro cerebro era un oasis en el desierto,  una falsedad creada para engañarnos a nosotros mismos. Nuestro cerebro sigue siendo una escombrera como durante la dictadura. Sólo los políticos tienen capacidad de pensar por sí mismos. Y nos lo demuestran el alcalde de Valladolid, Floriano, Pons, Cospedal y otros muchos. No dicen lo que dicen. Somos los ciudadanos los que entendemos rematadamente mal lo que ellos pronuncian con una clarividencia deslumbrante. Los políticos saben que se dirigen a un pueblo cerebralmente disminuido y son conscientes del peligro que corren de ser malinterpretados.

Cuando dicen nuestros políticos que las mujeres carecen de derechos sobre su útero o vagina, lo que están diciendo en realidad es que hay que proteger y venerar el misterio de su maternidad. Cuando dicen que una minifalda justifica una violación, están afirmando que a la mujer hay que protegerla amorosamente porque ella es piel para deleite del macho. Cuando un empresario reclama la desaparición del salario mínimo interprofesional, lo que en realidad pide es un aumento de suelo para los trabajadores. Pero los oyentes nos empeñamos en malinterpretar y en sacar fuera de contexto su deseo.  Y cuando Montoro desmiente a Caritas y dice que no hay hambre, lo que en realidad ha dicho es que le duele el hambre de los niños y que Caritas hace bien en denunciarlo. Y cuando el ministro de la sonrisa siniestra dice que los salarios han subido en España nosotros sacamos la conclusión de que ha dicho que los salarios crecen en España. Pero no ha dicho eso, sino que lo que ha dicho es que los salarios bajan y por tanto nadie como él para reconocer la realidad del país.

Los políticos y los empresarios dicen verdades como puños. Lo que sucede es que nuestra ruindad social y personal convierte la veracidad de lo dicho en una blasfemia de lesa humanidad. Y en consecuencia la conversión de los políticos en problema es fruto de una mala conciencia que saca de contexto todo lo que hacen y dicen. Rajoy no prometió creación de empleo, Pons no habló de tres millones de puestos de trabajo, Cospedal no sentenció que nunca se sobrepasarían las líneas rojas de la sanidad, las pensiones, la discapacidad, la enseñanza. Dijeron en la campaña electoral lo que en realidad han hecho. Fuimos los ciudadanos los que lo entendimos mal por culpa del empeño en sacar todo de contexto.

El contexto es el florero donde crece el centro de mesa que algunos políticos colocan como realidad de la democracia. Cuando rompemos ese jarrón, matamos la verdad y sufrimos la decepción contrapuesta.

Que alguien me regale un contexto. Lo necesito con urgencia.  Lo cuidaré como a mi propia vida.


2 comentarios:

Maite García Romero dijo...

Maravilloso artículo, auténticas verdades expresadas de manera genial, como todo lo que escribes.
Un abrazo

pcjamilena dijo...

Y si por un casual lo que dicen estos “intelectuales” y lo que los demás entendemos coinciden, es correcto y, a Rajoy no le gusta, vendrá este a enmendarle la plana o, en todo caso a decir, “que el que quiera saber que se lo pregunte a él”. Tenemos un presidente que utiliza todas las barajas que quiere, con toda la impunidad del mundo.
Un abrazo