sábado, 30 de noviembre de 2013

DESORIENTADO


Siempre hay una casa última en cada calle.
Al final, el campo o el regreso.
Imposible caminar hacia atrás
hasta el principio.
No hay comienzo.
Tampoco es nada el campo,
ese fin inconcreto,
sin límites,
lleno de sol y trigales,
pero sin indicaciones
que lleven a alguna parte.
Y en medio, el hombre
desorientado, perdido,
con las manos gritando
para atrapar el viento,
como si el viento fuera
un salvavidas liberado,
sin dependencia del mar,
subsistente por sí mismo.
Entonces tomas conciencia
de que has caminado inútilmente
hacia ninguna meta.
Que se ha disuelto el pasado
como se diluyen los besos,
los abrazos,
el sexo,
porque son, sólo son, dicen los sabios,
reacciones químicas, eléctricas,
posturas cerebrales
con el amor como invento,
como necesidad muscular
de eyacular sobrantes
en tu jarrón de flores.
 Ni principio ni fin.
Sólo vacío de estar en el centro
buscando,
añorando el ayer.
En el centro de nada,
sin camino detrás
ni delante.
No existe a quién preguntar.
Ni siquiera yo me tengo
ni me conozco,
ni me poseo.
Ni siquiera puedo preguntarme
porque no soy respuesta.
Soy silencio desorientado.

Silencio, sólo silencio.

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