domingo, 2 de febrero de 2014

LA MUERTE





No cabe a veces la muerte
en esa copa de vino
que brinda por la vida.
Pero está,
desbordada,
sobrepasando el borde
de cristal
que lo limita.
Se diluye en alcohol
y se conserva incorrupta
como una momia que espera
la resurrección final.
Te bebes su aroma a madera,
el sabor último afrutado.
Se hace cosecha en tu boca,
barril preñado de sueños,
con firmas de reyes en el vientre,
vino de ayer para siempre.
No cabe a veces la muerte,
serena, añeja, reposada,
años de madurez
para que sepa a muerte,
para que nadie se engañe
cuando recorra la faringe
y anide en el estómago
y deje su huella antigua
entre los dientes.
La muerte en una copa
para brindar con la muerte
de esos labios que tienes
en el copa de enfrente
que te beben de noche,
que gimen en la almohada
embriagada de luna,
de cuerpo,
de piel,
de muslos fundidos,
de besos mordidos.
Le sobra espacio a la muerte
y te cabe en el cuerpo,
en tu copa de barro,
de arcilla,
de arena
con el mar dentro.



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